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El Mariscal Perfumo, ese mito que trascendió generaciones

Se fue una parte enorme e imborrable del fútbol argentino y mundial. Un tipo que reinventó un puesto y definió una manera de entender el juego. Cuando la elegancia se combinó con la fiereza y dio lugar al mejor "2" de la historia.




Yo lo vi a Roberto Perfumo y eso que nací nueve años después de su retiro. Lo vi en aquellos relatos míticos de mi viejo, para quien el Mariscal será siempre el defensor heroico del equipo más grande de Racing que alguna vez vio. Lo vi en textos como el de Ariel Scher en el libro por el título académico del 2001 o en aquel entrañable "No te vayas campeón", del Negro Roberto Fontanarrosa. Lo vi en cada uno que evocaba un cruce in extremis, una salida con pelota denominada y la cabeza levantada, una patada férrea para tumbar a un rival. 

Con el correr de los años, las historias se agigantan. Los malos pasan a no ser tan malos. Los regulares escalan a buenos. Los buenos se transforman en muy buenos y estos últimos se convierten en ídolos. Perfumo trascendió ese ascenso: el ya era un mito cuando aún estaba en actividad. Siempre contó que su ambición había sido la de combinar la distinción y clase de los zagueros como Federico Sacchi con la despiadada ferocidad defensiva de tipos como Pedro Dellacha. Vaya si lo logró. Lo comparaban con el chileno Elías Figueroa algunos, otros con el soberbio peruano de Boca Julio Meléndez. El Mariscal estaba por encima de todos ellos, porque era completísimo. 

Pocas jugadas lo definan mejor que esta. Final de Copa Libertadores, presión de dos delanteros de Nacional y en lugar de hacer la fácil y jugar con el arquero (en tiempos en la que el guardameta podía tomarla con la mano) optó por pisar de espaldas y salir con el pecho erguido, la cabeza levantada y con la ovación del Cilindro de fondo. Crack es poco

Su cara angelical y su pinta de atorrante de barrio le daba cierto carisma innegable. Ese que no evitó que lo echaran de su primera práctica con el equipo profesional de Racing: le tiró dos caños a Néstor Antonio de Vicente (gloria y campeón con la Academia en 1958 y 1961) en menos de diez minutos y lo sacaron a las trompadas. En esa época, Perfumo aún jugaba de "5". Su apellido también contaba con una contundencia que ya imponía respeto de solo mencionarlo. Será por esto último o simplemente porque sus palabras parecían tener otra tonalidad cuando mi viejo hablaba de él, que desde chico en mi cabeza se figuró la imagen de un superhéroe, de un tipo invencible, de un hombre surgido de otro tiempo y lugar capaz de hazañas y proezas inenarrables. 

El quehacer profesional me llevó a poder primero hablar con él en más de una entrevista que le realicé y el año pasado a observar partidos enteros suyos. Escucharlo opinar del juego o contar sus vivencias fue un placer difícil de explicar. Por emoción, por significado, por aprendizaje. Verlo en videos fue algo revelador

Porque allí todo cobró sentido. El mito no se pinchó. El superhéroe no tenía los pies de barro. Las palabras de todos aquellos que hablaban de él se quedaban escasas. Es que esa salida digna de un talentoso número 10 (retratada no solo en el video, sino también en la foto de cabecera de la nota) solo es de un distinguido. La patada a Jimmy Johnstone, el escurridizo extremo izquierdo del Celtic, solo puede cometerla alguien sin contemplaciones. Y en la imaginación me queda un cruce a campo traviesa ante el River que le quitó el invicto de 39 partidos al Equipo de José, en un contraataque entre Oscar Pinino Más y Luis Cubilla que el Mariscal conjuró cuando todo parecía perdido. Tres testigos presenciales (incluido el propio Perfumo) me contaron la jugada por separado y todos relataron el hecho de la misma forma: como algo imposible de realizar. 

Dicen que el hombre era toda una defensa él solo. Que cuando José Pizzuti mandaba al equipo al ataque, el flaco con la "2" en la espalda evitaba el descalabro con su velocidad prodigiosa, su lectura clarividente y su jerarquía para manejar las dos piernas, virtudes que ocultaban la que quizás era su área menos fuere: el cabezazo. Tuvo suerte, junto a él actuaron tipos como Alfio Basile o Daniel Passarella, prodigios en las alturas, como así también tuvo en sus espaldas a arqueros de la talla de Agustín Mario Cejas o Ubaldo Matildo Fillol. Pavada de nombres...

Supo de sinsabores. Ya antes de ser profesional masticó lo que era una derrota dolorosa e inexplicable como la de los Juegos Olímpicos de Tokio; en más de una ocasión contó la vergüenza que sintió tras perder con un equipo japonés que estaba a años luz de su presente. Fue una de las caras de la catástrofe camino al Mundial de México 1970. Sufrió el baile descomunal de la Holanda de Rinus Michels en dos ocasiones: antes de la cita mundialista y en la segunda ronda de la misma, en el año 1974. 

Probablemente los relatores de otrora tenían mayor precisión y riqueza léxica, pero pocos apodos se me ocurren tan precisos como "Mariscal" para explicar a Roberto Perfumo. Es que existió una manera Perfumo de entender el juego. Porque así como en muchos picados se ha escuchado a lo largo del tiempo un "¿Qué te pensás, que sos Perfumo?", a tantos que tienen buenas maneras y actúan en la zaga, rápidamente se les apodó "Mariscal", el último de ellos Gabriel Milito, uno que siempre intentó honrar el buen juego. 

Con aquel Racing histórico ganó todo y a todos. Solo un equipo tan importante como aquel de Pizzuti para el fútbol argentino, como lo fue el Estudiantes de Osvaldo Zubeldía, le quitó el cetro a aquella Academia. Se fue a jugar al Brasil post Mundial 70 y que comenzaría a germinar a aquel de España' 82, o sea, a la tierra del fútbol espectáculo. Se hizo ídolo y campeón. Regreso al país y cuando no sabía si seguiría jugando, Ángel Labruna lo instó a ser pieza clave para paliar la malaria de 18 años sin títulos en un River que también se metió en los libros de páginas doradas. 

El dolor masivo que generó su fallecimiento retrata de alguna manera ese lugar que se ganó en la memoria colectiva. La tristeza de las lágrimas derramadas pasará rápidamente a ser mueca de sonrisa al recordar alguna anécdota, gestó de asombro al ver alguna acción de archivo y mirada maravillada cuando alguien que ya peine canas relate alguna de las tantas jornadas épicas del Mariscal, Roberto Perfumo
    

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