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Bendito ostracismo

Lavezzi se marchó al fútbol de China, pero aparece en los grandes planos a pesar de su decisión. ¿Qué impulsó su determinación? Quizás haya solo una respuesta pero intentamos desarmar este rompecabezas. 



‘Creo que hay una experiencia de vida que puede ser única’. Dicho esto, Ezequiel Lavezzi se volteó rumbo a un extravagante avión que despegaría rumbo a la República Popular China, su nuevo, y sorpresivo, hogar. Excéntrico, habilidoso y afiliado a la escuela del marketing futbolístico, que lejos está de minimizar su potente nivel dentro del campo de juego, el Pocho adoptó el rol del jovencito que le dice al padre que jamás tomaría una gota de alcohol en las vísperas de alguna parranda adolescente, y deslizó tímidamente una mentira piadosa. Incluso parecía que intentaba defender una elección que tenía la total libertad de tomar. 

De más está decir que nosotros no somos más que lejanos espectadores de la rutina de este futbolista, viendo desde las afueras de la cámara de gesell del éxito cada actitud dentro y fuera de la cancha del atacante santafesino. Podríamos ponernos nuestros overoles de militantes del lirismo y deducir que Lavezzi no es más que un pesetero, un angurriento del dinero, que dejó lo que ‘la esencia’ de la trayectoria soñada por un futbolista marca como uno de los hitos máximos, triunfar en un grande de Europa, para levantarla en pala en algún hotel cinco estrellas de Asia. 

Devorando nuestra lengua hacia un extremismo más estrecho, nos decepcionaríamos mientras comentamos que el marketing titiritea a jugadores y entrenadores, que la gloria se encuentra mugrosamente olvidada en el baúl de los recuerdos y que hoy se prefiere caer en alguna liga de suculentos sueldos pero bajo nivel para asegurar la salvación económica propia, aún aunque esto pese con dejar un multitudinario y legendario equipo atrás.

Y es que en gran medida todo esto es cierto. Pero es parte de las bases y condiciones del fútbol mundial hace un largo tiempo y resistirse a esto obliga a un exilio en un deporte ajeno a dicha práctica. Impensado. Hay que vivir con el conflicto. Conflicto que no necesariamente debe aniquilar nuestra mente: El mundo ha cambiado y el aggiornamiento es un ¿mal? necesario. Por supuesto que nos agarramos la cabeza viendo como el ex San Lorenzo rechazó ofertas del Manchester United y el Inter para calzarse la pilcha del Hebei China Fortune Club. Si estuviéramos en sus botines hubiéramos ido nadando a ponernos bajo las órdenes del viejo Louis Van Gaal. Pero luego comprendemos que todo es un asunto de dinero. Ni siquiera de trascendencia, ni mucho menos de pertenencia. La plata, tan necesaria. 

El billete que nos permite comprar desde una taza con la cara de Peppa Pig hasta un servicio de salud. Nos damos cuenta que nosotros también somos parte de ese sistema y nuestra guerra interna entre ideales se disuelve cuando, simplemente, nos olvidamos de que Lavezzi está pateando una pelota en China. Ya que no solo aparece en nuestra vida un problema más importante sino también porque, y esto el jugador lo debe saber, aún los bastos montones de dinero no han despertado interés por parte del público en la competición de aquel país. Este futbolista aceptó alejarse del prime time futbolístico, aceptando consecuencias negativas en, por ejemplo, sus futuras convocatorias a la Selección. Es asunto suyo. ¿Quién es uno para criticarlo?

Lo que sorprende, y hasta incluso decepciona, es la falta de personalidad con la cual Lavezzi tomó esta nueva aventura. Si se tratara de algún jugador bonachón y de bajo perfil, ajeno a todo salvo a él mismo, podría pasar desapercibido independientemente de su alegato. Pero el Pocho es el de los tatuajes al viento, el que festejó un gol inclinando peligrosamente su bóxer frente a las cámaras, el que aún más joven le robó el casco a un bombero para festejar un tanto convertido, el de la propaganda de Pepsi exhibiendo su fortalecido estado físico y el del chorro de agua a Alejandro Sabella en plena indicación táctica de Pachorra. 

Lavezzi tuvo una respuesta tan burguesa, tan subestimadora de percepciones, que entristece. Su billetera le hubiera permitido ir de vacaciones a China en una infinidad de veces si él tuviera un interés en tan rica cultura. Que seguramente es levemente genuino, pero no es el principal motivador de su arribo al país. Él pudo haber dicho: ‘Me ofrecen muchísima plata, como para salvaguardar monetariamente a mis viejos, a mis hijos, a mis nietos, a mis bisnietos y quizá también a algún que otro vecino del barrio que me cae bien. Voy a bucear en dólares. El Everest va a ser una insignificante mota de polvo al lado de la implacable montaña de dinero que me voy a armar en mi patio. Y China no es tan mal país. ¿Qué la liga es desconocida? Voy a dar todo por llevarla a las primeras planas. No vamos a parar hasta que Cristiano Ronaldo venga de rodillas a pedir jugar acá. Y si no funciona, no pasa nada. Negocio terminado, me posicionaré en algún equipo del Viejo Continente. Tengo 30 años, casi diez de carrera por delante. ¿Qué rechacé al Manchester? Víctor Valdés ganó todo, partió a ese equipo y hoy está atajando en Bélgica. Prefiero salvarme yo. Los dejo que me tengo que subir a un avión’.

Pero no. El extrovertido Pocho prefirió escudarse en lo políticamente correcto. En el verso fácil, el que más a mano tenía. Pero no lo hizo por minimizarnos a nosotros o por mera picardía. Realmente percibió que, en su biblioteca de respuestas en tono light, esa era la que más se amoldaba a su decisión. Sabemos que la poesía ya no vende. Lo aceptamos como una regla injusta pero estricta de esta estructura. Pero el extremismo que corta la flor e instala la corporación comienza a mostrar extraños signos de… culpa. Y por eso adopta a la excusa como pretérito. El jazz les parece aburrido pero el rock’n roll demasiado agresivo. El fútbol está a las puertas de una enorme contradicción. Pero es mejor no pensar en ella. 

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