Hace un mes atrás la Selección Argentina estaba sumergida en
un mar de dudas. Los resultados no acompañaban, el rendimiento no era el
esperado y parecía comenzar una pequeña crisis de identidad. Treinta días
después muchas de esas incógnitas se transformaron en certezas. ¿Qué pasó para que esto suceda?
Noche del martes 13 de octubre, Gerardo Martino se despedía
de sus dirigidos a los que volvería a ver treinta días después. Las sensaciones
luego de los dos primeros partidos de Eliminatorias rumbo a Rusia 2018 no eran
para nada buenas. Algunos jugadores volvían hacia Argentina, otros viajaban a
Europa, el grupo se desmembraba por las diferentes ligas del mundo habiendo
cosechado más dudas que certezas.
Como si algo hubiese quedado en Santiago de Chile, no
pregunten qué cosa, puede ser una herida abierta, una deuda pendiente o un
capítulo por cerrar, algo que todavía no había sido digerido y que significaba
un paso hacía atrás. Luego de aquella tarde en la que Chile se consagró campeón de América, la Selección comenzó a atravesar una crisis de
identidad. El entrenador daba la sensación de estar inmerso en un
fundamentalismo que arrastraba al equipo a ser previsible y lento.
Un mes después al Tata le toca despedirse de sus jugadores con
una sonrisa en la cara y un alivio interior que le permite creer que el techo
de este equipo aún no se conoce. Pero, ¿Cómo pasamos de una despedida llena de
dudas a la actual con grandes certezas? Hay varias respuestas posibles para
esta pregunta pero en esta oportunidad resaltaremos una en particular. Martino
se Sabellizo.
A qué nos referimos con esto, a que el actual director
técnico adoptó ciertos mecanismos que eran propios del ex entrenador Alejandro
Sabella. Por supuesto que con matices, ya que futbolísticamente sus principios
se encuentran en las antípodas. Pero el Tata abandonó su postura
fundamentalista del 4-3-3, advirtió que el equipo no debía temer a la
posibilidad de retrasar su punto de partida, que defender más cerca de Romero
podía servir para explotar la velocidad de contra ataque y que la mejor versión
de Lucas Biglia es jugando de doble cinco en paralelo con Mascherano.
Esto no quiere decir que la Argentina a partir de ahora va a
jugar de contra ataque rechazando la posesión de la pelota, está claro que los
momentos y contextos de cada partido influyen por completo. Lo que si significa
es que al ya existente Plan A también se la ha sumado un Plan B y por qué no
también un Plan C. Si la posesión pasa a ser inocua, se puede sobrevivir entregando
la pelota a la espera de el momento justo para contra atacar y a nadie se la
caerán las alhajas por hacerlo.
La diferencia entre obrar como un pragmático o pecar de
incoherente radica en la convicción que se tiene o no para modificar según las
circunstancias del partido. Ya habíamos visto en las primeras fechas algunos
movimientos que parecían más manotazos de ahogado que movimientos ensayados con
un fin específico (la acumulación de atacantes), sin embargo desde el momento
en el que la comunión entre director técnico y jugadores está marcada por una
fuerte convicción a lo que se hace los resultados se notan brevemente.
El rosarino dejó claro que no es un fundamentalista de un
esquema, que puede realizar variantes defensivas u ofensivas en busca del rendimiento
más cercano al optimismo, siempre girando en torno al paradigma que él
considera adecuado. A pesar de que Martino y Sabella están de un lado y del
otro de la biblioteca, en Pachorra vive algo del Tata y en el Tata existe algo
de Pachorra.
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