Un pequeño homenaje para un gran hombre. Cultura Redonda es mucho más que un sitio para despuntar el vicio y la pasión es el motor que mueve esta gran máquina.
El hombre llegaba temprano a su lugar de trabajo. La bolsa grande con los instrumentos colgaba de uno de sus brazos. En el otro, una carpeta guardaba las partituras. Los libretos para el trabajo de día. El qué, el cuándo, el cómo y el dónde, los intérpretes iban a utilizar los instrumentos.
El hombre llegaba temprano a su lugar de trabajo. La bolsa grande con los instrumentos colgaba de uno de sus brazos. En el otro, una carpeta guardaba las partituras. Los libretos para el trabajo de día. El qué, el cuándo, el cómo y el dónde, los intérpretes iban a utilizar los instrumentos.
El frío de la mañana llegaba por aire, desde el viento helado y punzante. Pero también desde la tierra, en forma de una húmeda y ruidosa escarcha. La gorrita infaltable, cubriendo la cabeza semicalva del tiempo inclemente, se combinaba con el equipo deportivo del Inter italiano –su más ferviente pasión- como ropa de trabajo. ¿Que importan la meteorología cuando la vocación empuja?
¡Buen día chicoooos! Fue el grito que quebró el silencio de un nuevo día de trabajo. La respuesta de los niños no se hizo esperar y así se inauguró un capítulo más en su sueño de estrellato. Una vez más, el director de orquesta arengaba a los pequeños intérpretes a dar con mayor seguridad esos primeros pasos en la actividad. Esos que dejan huella y marcan futuro. Esos que enseñan para siempre o limitan la existencia.
¡Jugá! Jugá! ¡Jugá que ahora podés! Resonaba en el amplio escenario la palabra profética y convincente del maestro. Esa palabra que trasladaba conceptos y fundamentos. Que hacía al purrete más hombre y al soñador más futbolista. Que cimentaba los pilares del profesional del futuro. Pero qué no dejaba olvidar la esencia del deporte más lindo de todos.
El número 10 le hizo caso. ¿Cómo no iba a hacerlo? Si le había llegado su aliento cuando la fantasía de un caño perdió el rumbo a la realidad. Si cuando conoció las lágrimas de la derrota le llegó un abrazo contenedor. Si nunca festejó un triunfo más que una gambeta. Si le ofrecía el calor que ni siquiera recibía en la precaria vivienda donde contemplaba la presente ausencia de sus padres.
Jugó y gambeteó. Sus gambetas se hicieron camino. Su camino se hizo fútbol. Su fútbol se hizo profesión. El éxito fue la próxima estación. De la estación a un aeropuerto. Y una década después aquel pibe obediente y habilidoso se ponía la 10 del Inter. El calcio cerraba el círculo. ¡Justo Internazionale! Esos guiños del destino. O del tiempo, que todo lo lleva a su lugar correcto. Aquel pibe de la villa. Aquel guachito querible. Ahora era el chico de la tapa. Ahora vivía a la moda y se codeaba con el jet-set. Aquellas lágrimas eran pasado.
El correo llamó a la puerta. Extraño. El cartero cada vez llama menos a la puerta con tanta tecnología al alcance. Era una tarde calurosa en Caballito. El hombre, ese señor que regalaba cariño y vocación cada mañana, ya había regresado al hogar. Allí donde lo esperaba su mujer. Noelia. Que intercambiaba conceptos tácticos y sentimentales con la misma facilidad. Su amor por él ya le había tomado cariño al fútbol.
Autógrafo mediante, una caja llegó a sus manos. Pidió un cuchillo. La abrió. Y allí estaba. Azul y negra. Brillante. Reluciente. Perfecta. En su espalda un número 10 blanco. Resumen de una carrera brillante. La extendió. La admiró. La disfrutó. Descubrió unas letras plateadas allí en el pecho. Al lado del glorioso escudo Neroazzurri. “Para el hombre que me enseñó a jugar. Porque jugando llegué hasta aquí. El 10”.
Un abrazo acompañó a una lágrima. La emoción de la misión cumplida. El trabajo del hombre dibujado en su insignia más preciada. Los ayeres mezclados con el hoy. El 10 había jugado. Porque podía y sabía. Pero principalmente porque el DT le había enseñado a hacerlo.
Dedicado a Antonio Spinelli en su cumpleaños.
0 Comentarios..:
Publicar un comentario