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Vulnerable

Los arqueros tienen uno de los puestos más endebles del fútbol. Un error puede pasar a ser una pesadilla en una noche brillante. El Ruso Rodríguez, a pesar de sus buenas actuaciones, muchas veces camina por la cornisa y hoy nos disponemos a analizar su presente. 


La delgada línea entre el alivio y el pánico. Así podría definirse el rol del arquero en un partido de fútbol. Ajeno en uniforme al resto de sus compañeros de equipo, envueltas sus manos con guantes de gomaespuma y lejano a las acciones ofensivas de su escuadra, se trata de un puesto de alta tensión, donde el error es imperdonable y el acierto es levemente reconocido. En situaciones tradicionales, jamás un aplauso seco por una buena atajada se compara con un grito de gol. Continuando el análisis por esta vía, el peso del error de un delantero es muchísimo menor que el de un guardavalla. Un atacante que yerra una situación clara puede percibir un insulto, por supuesto. Pero el partido le regala la oportunidad de reivindicarse. Puede, incluso, hasta ser alentado mediante tibios aplausos para que cobre una mejor suerte en otra ocasión. Una pifia o mano mal colocada del guardameta no tiene perdón. A pesar de no haber tenido intención, la condena de las palabras cae sobre su cuello y queda tatuada en su actuación. Los errores de los jugadores de campo pueden disiparse, pero los del arquero perduran.

Incluso el meta debe lidiar con la fuerte corriente de pensamiento que reza: “El gol es culpa del arquero en el 99% de los casos, ya que él es el que está debajo del arco”. Sus limitaciones no tienen misericordia ante una popular caníbal que resiste fuertemente al arquero ante potenciales tropiezos en su actuación. Claro está que él mismo sabe que su puesto es vulnerable y propenso a la caída, y solo con una concentración y dinámica fuerte podrá impedir la caída dentro del mismo. Sin embargo, esa presión permanente puede llegar a tornarse agotadora. El arco es un puesto ingrato y solitario, donde el disfrute se torna en padecimiento y la responsabilidad muta en obligación. Hay cierto arte en esto, es cierto. Es metafórico, ¿por qué no? El saber que un error puede borrar abruptamente una noche memorable para tornarla en una verdadera pesadilla. Casi como si estuviéramos hablando de una central nuclear soviética en tiempos de la guerra fría.

El guardameta, entonces, ha de lidiar con la memoria de extraños, que suele retener en su eternidad individual los desaciertos y sepultar en el olvido lo bien hecho. Pero también con sus propios fantasmas, los cuales pueden petrificar sus sentidos ante el golpe de knockout que representa un gol recibido.

¿Esto exonera por completo a Diego “El Ruso” Rodríguez? Difícilmente. Acarrea críticas que supo alternar con fugaces momentos de sintonía con sus seguidores, hoy derivados en su mayoría en cuestionadores de su rol en el arco de Independiente. Es difícil definir la personalidad de este arquero, temeroso al salir a cortar los siempre tensionados centros que llegan a su área pero bastión del equipo que logró el retomo a la Primera División en 2014. A pesar de sus inéditas intervenciones ejecutando penales e incluso un tiro libre en el clásico frente a Racing, las mismas no suelen verse como “actos de cariñosa locura” sino más bien como riesgos sin sentidos o decisiones nacientes de un evidente egocentrismo. Pero eso no son más que vacilaciones.

La realidad es que Rodríguez nació en el arco titular de la mano de una inestabilidad que lo acompaña hasta los actuales tragos: Su segundo partido como titular fue el inolvidable 5-4 a Boca en La Bombonera, en el cual cometió graves fallas que perjudicaron a su equipo. Pocos encuentros más tarde perdería el puesto. Cuando Independiente descendió, fue uno de los primeros en abandonar el primer equipo, cediendo su lugar a Fabián Assmann. Retomaría al arco tras un flojo desempeño del mismo. Con fama de guardavalla goleador, trasladó su buen pie al ascenso y posteriormente a la máxima categoría. Recibió el apoyo de prácticamente todos los entrenadores con los cuales convivió en momentos clave. Pero una resistencia ocasionalmente débil, a la par de un duro error en los primeros momentos de un partido ante Boca, persiguen a Rodríguez de manera incansable. Es extrañamente versátil su recorrido en el Rojo, y quizá esto impida ver a un muy buen arquero con ciertas fases de escaso provecho o mala suerte. Y aun así nos quedaríamos cortos, porque resulta muy complicado descifrar accionares en un puesto tan veleidoso acoplado a un portero inconstante en un paneo general de su desempeño.

Rodríguez es el último exponente de la escuela de arqueros de Miguel Ángel Santoro, que brindó a Independiente los nombres de Oscar Ustari, el ya mencionado Assmann y Adrián Gabbarini. Zapatos difíciles de llenar. Podemos traducir entonces que Rodríguez no logró, en dos años encabezando el arco de su conjunto, instaurar seguridad en el mismo. Este joven meta, entonces, dibuja un rostro vulnerable en un sitio de juego donde lo que prima es la vulnerabilidad.

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