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Los complicados somos nosotros

Desde su descenso, Independiente cambió varias veces de técnico en búsqueda de resultados y una nueva identidad. ¿Pellegrino podría ser otra victima o ser el eje de la resurrección?



Cuando me dispuse a escribir este post, la idea madre era redactar en torno a las vivencias laborales primerizas de Mauricio Pellegrino al frente de Independiente. Escribir respecto a su plan alimenticio para sus jugadores (responsable positivo de la recuperación futbolística de Martín Benítez), de la influencia de sus planteos tácticos en sus cuatro triunfos al hilo o del desafío de abordar una difícil pero no imposible tarea de adjudicación de una gloriosa triple corona: el Rojo tiene escasas chances en el torneo local, mientras que se encuentra en dieciseisavos de final de la Copa Argentina (este próximo viernes enfrenta a Deportivo Español) y en vísperas de iniciar su campaña en la Copa Sudamericana.

¿Pero en qué contexto navega Pellegrino? ¿Se parece algo hoy en día Independiente a Estudiantes de La Plata o al Valencia español?  ¿Acaso Pellegrino no está cumpliendo al pie de la letra su trabajo, para lo que fue contratado? ¿No es su deber sacar lo mejor de cada jugador, obtener resultados positivos, armar un conjunto sólido dentro de la cancha y dentro del vestuario y, si se puede, aderezar las victorias con "jogo bonito" que acaricie un poco el golpeado corazón del hincha del conjunto de Avellaneda?

Esto no es una tentativa de minimización de la labor de Pellegrino. Todo lo contrario. Existe un mérito enorme en el entrenador, cosechó solo victorias desde el inicio de su gestión y los refuerzos le responden de buena forma en cancha. Hay un buen ambiente y los días transcurren con optimismo y confianza. Nada esta fuera de su lugar, como corresponde. Dicho esto, para entender el lugar de Pellegrino, hay que entender, primero, el trasfondo del equipo al cual comanda, tanto a nivel futbolístico como institucional. 

Independiente, tras su ascenso a Primera el año pasado, vive una potencial resurrección tardía tras su obligación de aclimatarse de manera precoz a la máxima división ante su imposición de equipo grande obligado a limpiar aquella mancha de su historia.

Previo al declive a la segunda división, existieron intentos en vano de evitar el histórico y nefasto desplome. Apagado y desorientado, Américo Gallego concretó su tercera etapa al mando del club, renunciando con el equipo en la cornisa. Aquel Torneo Final del 2013 era una pesadilla para el conjunto rojo. Un pacifista Miguel Ángel Brindisi intentó reanimar a un paciente agonizante. El equipo destelló una leve mejora, pero el descenso se tornaba cada vez menos esquivo. Finalmente, el 15 de Junio nos fuimos. Y es todo lo que puedo decir respecto a aquella tarde en el Libertadores de América.

Sin identidad dentro de la cancha (problema que arrastraba desde hace ya años) y ya descendido, una refundación era obligatoria. Pero la crisis institucional daba un paso adelante y seis atrás. La especulación en torno a la renuncia del presidente Javier Cantero ahogaba cualquier deseo de prosperidad. Sin embargo, en pleno clima bélico, apareció un personaje que lejos de considerarse un director técnico, fue adoptado como un símbolo por la hinchada. Omar De Felippe, sucesor de Brindisi tras su dimisión en los primeros pasos de la B Nacional 2013/2014, fue un único héroe en aquel lío.

Combatiente en la guerra de Malvinas y responsable del ascenso de Quilmes un año antes, De Felippe se mostraba como un hombre de pocas palabras que venía a poner la casa en orden con conceptos claros y resultados rápidos. No fue sencillo. Era un plantel débil futbolísticamente, una situación tensa y angustiante dentro y fuera de la cancha, y un clima de presión barrabrava difícil de soportar. El técnico, sin embargo, logró encaminar a Independiente por una importante senda de victorias. Le sacó jugo a las piedras, con el perdón absoluto de la metáfora. Pero ese Independiente no tenía paz, aún cuando los resultados asimilaban grandes posibilidades de conseguir el ansiado ascenso, debido a sospechas de una posible enemistad entre De Felippe y Cantero. Aquel hecho no hizo más que fortalecer la imagen de ODF ante sus hinchas, siendo visto como un bastión de trabajo y sacrificio ante un Cantero cada vez más repudiado (y próximo a renunciar).

En el campo de juego, la personalidad con la pelota era nula, salvo puntuales excepciones. Hasta el último partido, desempate ante Huracán por el ascenso, las pulsaciones rojas estuvieron a mil. Nunca hubo seguridad en aquel tramo por la segunda división. Pero sobrevivimos al infierno, y la Primera era nuevamente nuestro hogar. Quizá en el momento de mayor tranquilidad de su estadía en Independiente, De Felippe dijo basta y, conquistado el ascenso, se alejó de la dirección técnica alegando diferencias con el nuevo presidente Hugo Moyano.

¿Qué dejo Omar De Felippe en esta historia? Quizá no mucho en base a conceptos tácticos. No por incapacidad, sino por la fugacidad de su gestión y la influencia de la crisis institucional que ésta padeció. Sí reinventó a un equipo sin rumbo en base a resultados. Algunos prolijos, otros ajustados, creando una silueta de un temerario valiente que remedió los baches hechos por pésimas decisiones dirigenciales. Fue el contraste definitivo con todo lo que la hinchada repudiaba de la comisión directiva: el costado De Felippe de este relato marca a un silencioso hombre que nos devolvió a Primera con sudor y sacrificio.

Jorge Almirón es el antecesor de Pellegrino, portador en un principio de un profundo desconocimiento desde el público general que le costó el silencio de una campaña de 33 puntos que dejó a Independiente en el cuarto puesto tras su regreso a la máxima división. Las derrotas sufridas en aquella trayectoria fueron, sin embargo, contundentes (0-4 ante Vélez de local, 0-4 ante Belgrano, 1-4 ante River, 1-3 ante Boca...) y comenzó a gestarse una inestabilidad latente ante cierto egocentrismo de Almirón para con la prensa y la hinchada. Los planteos exageradamente defensivos y los cambios constantemente errados se hicieron cuenta corriente en este habitué del lavolpismo, y para el año que corre la situación se tornó insoportable. La primera falla grave se detectó en la derrota de local 1-2 ante Belgrano en la cuarta fecha. Luego vino la condenatoria racha de seis partidos sin ganar entre la fecha 7 y la 13, esta última con derrota incluida en el clásico ante Racing Club. Insostenible. Los rumores de que la indemnización que se debería hacerle al técnico era tan alta en costo que su despido no era opción se disiparon una vez finalizado aquel cotejo. Días después de haber exclamado que una vez afuera de Independiente él sería extrañado, Almirón dejó la dirección técnica. De más está decir, lejos estuvo de reencontrar (¿o, simplemente, encontrar?) la identidad futbolística de la escuadra de Avellaneda.

Los antecedentes muestran que los resultados importan pero, aún pecando de insatisfechos, no son suficiente. La historia de Independiente exige jugar a la altura del club. Darle un buen trato a la pelota y no ser temerosos a atacar. Con una gestión aún muy joven para deslizar el mote heroico que porta la era defelippista, pero sin las presiones futbolísticas-institucionales que padecieron Gallego y Brindisi, y con mayor reconocimiento y aceptación que el malogrado Almirón, Pellegrino poco tiene en común con sus anteriores en el cargo. En su pizarrón tiene, por supuesto, la chance de agarrar las piezas servibles de cada era. No quizá para hacer jugar mejor al actual Independiente, pero las mismas poseen un valor basado en existir para ser un recordatorio a no cometer los mismos errores que en el pasado. La silla donde reposa Mauricio Pellegrino en cada partido está cargada de una historia nerviosa, exigente y desilusionada. Puede hacer historia en el club, pero necesita tiempo. Capacidad, por lo que parece, tiene. Ni Gallego, Brindisi, De Felippe o Almirón completaron más de un año al mando. Con el antecedente de la resurrección riverplatense, y con material real para ilusionarse, el volver a tener identidad, y el regreso a la pelea por los títulos, es un deseo que no parece, al fin, tan lejano a la realidad.

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