Tiene 39 años, lleva sólo uno al frente del equipo, pero demuestra en cada decisión la sabiduría de los entrenadores más longevos. El Muñeco es el máximo responsable del buen presente de River, club que disputará la final de la Copa Libertadores luego de 19 años.
Fecha 19 del Torneo Final 2014. River goleaba 5-0 a Quilmes y se consagraba campeón por primera vez luego de haber padecido el descenso años antes. En el banco estaba el DT más ganador de su historia: Ramón Ángel Díaz, prócer del club. Sin embargo, inesperadamente, el entrenador riojano dejó el club; entonces, la idea inicial que tenía en mente la comisión directiva que encabeza Rodolfo Donofrio afloró nuevamente para convertirse en realidad. Marcelo Gallardo, de poco rodaje como entrenador, se ponía el buzo de técnico vacante, en una arriesgada apuesta.
Es cierto que el título logrado por Ramón le dio la tranquilidad como para poder trabajar con más margen de error, y que el equipo tenía un cierto funcionamiento consolidado. Pero, aún así, el mérito de Gallardo radica en cambiar en la victoria, asumiendo los riesgos que esto conlleva. El juego de River impresionó a todos en las primeras fechas, y disentía ampliamente respecto del equipo de Ramón. Carlos Sánchez y Rodrigo Mora, ambos sin lugar con el anterior entrenador, se transformaron en piezas fundamentales e imprescindibles. Leonardo Pisculichi, una de las primeras apuestas de Gallardo, sorprendió con su gran nivel. River era una máquina de atacar, y arrasaba tanto en torneo local como en la Copa Sudamericana.
Cuando el nivel de sus dirigidos disminuyó, Gallardo entendió que era la hora de cambiar. Contra Boca, en la semifinal de la Sudamericana, apostó por reforzar el mediocampo para imponerse a través del roce físico. Su equipo eliminó al rival de toda la vida, dejando atrás viejas creencias que parecían tenerlo atado de por vida. Poco después, River se consagraría campeón del certamen continental tras imponerse al Atlético Nacional de Colombia.
El comienzo del 2015 no fue el mejor para su equipo. Perdió los dos clásicos de pretemporada frente a Boca -uno 5-0-, en el campeonato local le costaba mantener regularidad y la eliminación de la Copa Libertadores era inminente. Además, lo que sus jugadores mostraban en cancha era muy por debajo de las expectativas que el mismo equipo había suscitado. Entonces Gallardo cambió las formas: mutó la mitad de la cancha con Leo Ponzio y Matías Kranevitter por adentro, y sacó a Pisculichi. Entendió que el equipo en ese momento necesitaba de más actitud que brillo. La suerte le sonrió a River, que clasificó por la ventana a octavos de final de la Libertadores y, nuevamente, eliminó a Boca en esa instancia, demostrando que aún estaba para dar batalla.
El término que mejor describe al entrenador de River es convicción. Dejó afuera de la lista de la Libertadores a un histórico como Pablo Aimar. Se fue Teo Gutiérrez y trajo a un inexperto Lucas Alario. Insistió hasta el hastío para que su equipo sume al uruguayo Tabaré Viudez, jugador desconocido para todos los millonarios en ese momento. No le tiembla el pulso a la hora de las decisiones difíciles: mandó a la cancha a Alario a disputar la semifinal de la Libertadores a pesar de que en el banco esperaba Fernando Cavenaghi, quien cada vez que tenía minutos respondía con goles.
En la vuelta de la semifinal, cuando su equipo acababa de recibir un gol que ponía en jaque su ventaja, lejos de refugiarse, mostró toda su audacia a la hora de los cambios: mandó al terreno a su pollo, Tabaré Viudez, quien corroboró la fe que el entrenador había depositado en él en un puñado de minutos. Una habilitación suya culminó en el gol de otra de las apuestas de Gallardo: Lucas Alario. River era finalista luego de superar momentos muy duros, en los cuáles su entrenador más dio la cara y se hizo cargo de los errores, para reinventarse a tiempo ante cada escollo. El secreto de este River que parece invencible se llama Marcelo Gallardo.
0 Comentarios..:
Publicar un comentario