Chelsea eliminó a
Liverpool de Capital One Cup en un partido intenso que se definió en tiempo
suplementario con un gol de Branislav Ivanovic que decretó un global de 2-1 en
favor de los de José Mourinho.
Vértigo, drama, intensidad, magia, polémicas, ritmo. Todos
estos condimentos sazonaron el encuentro de vuelta de la semifinal de la Copa
de Liga que terminó entregando el pasaje a Wembley a Chelsea. Un boleto
conseguido con lo justo pero desnudando al máximo el confuso momento de un
Liverpool que se pierde en un mar de dudas.
El comienzo fue ágil de área a área pero careció de ideas
que permitan llevar peligro a los arcos de uno y otro lado. Veinte minutos con
buen ritmo se fueron diluyendo en la monotonía de la falta de emociones. Un par
de intervenciones veloces de Raheem Sterling que no terminaron en buen puerto
y un Philippe Coutinho que comandó con demasiado individualismo cada transición
ofensiva del visitante fueron los puntos a resaltar de un Liverpool que
prometió a veces y no golpeó casi nunca. En el local lo de siempre. La tremenda
habilidad de Eden Hazard, el cerebro de Cesc Fábregas, el despliegue de Nemanja
Matic y un Diego Costa dispuesto a pelearse con todo rival que anduviera cerca,
daban la sensación de que Chelsea llevaba el partido a su terreno.
Las polémicas llegaron antes que las emociones. En el minuto
22, Martin Skrtel pareció derribar a un exagerado Diego Costa y el árbitro
Michel Oliver, creyendo ser engañado por el brasilero naturalizado español, no
sancionó penal y tampoco amonestó al delantero de Chelsea. Si bien el tenor del
juego no se modificó demasiado, la tensión aumentó dentro del campo.
Costa asimiló que tenía todo permitido y comenzó su show de provocaciones que
fue consentido insistentemente por Oliver, probablemente agobiado por el
fantasma del penal que no le había sancionado.
El primer tiempo se fue con una aproximación seria de la
visita tras una incursión individual de Coutinho –la única que generó peligro-
que terminó con una gran reacción de Thibaut Courtois rechazando el balón con
su pie izquierdo. Chelsea solo tuvo un tiro libre de Oscar que pasó cerca del
palo derecho de Simon Mignolet.
En el inicio del complemento, la lesión de Cesc Fábregas
cambió para siempre el partido. Hazard pasó a ser la manija del Chelsea y el
partido tomó un ritmo frenético que lo convirtió en una lotería. En diez
minutos, Mignolet y Courtois tuvieron más trabajo que en los cincuenta minutos
previos y el partido prometía convertirse en partidazo. Pero Brendan Rodgers
comenzó a meter mano y generó una confusión que su equipo
sintió en el campo y Chelsea aprovechó para tomar aire manteniendo el orden colectivo. Así, llegó el
suplementario que acarreaba la ventaja del gol de visitante convertido por los
de José Mourinho en Anfield.
Todo hacía pensar en un Liverpool que cargaría contra el
arco de Courtois para convertir un gol que a partir del minuto 90 se
transformaba en necesario. Pero Mario Balotelli generó en dos minutos el pasaje más trascendente de los 50' que estuvo en cancha. A los dos minutos
de tiempo extra entregó incorrectamente un balón hacia el medio que obligó a
Lucas Leiva a cometer una falta a Oscar que debió ser sancionada con la segunda
amarilla –nuevamente falló el árbitro- y le entregó un tiro libre a Chelsea
desde la derecha. Un minuto más tarde, Branislav
Ivanovic metió un testazo violento, tras escapar a la distraída marca del
propio Balotelli, para poner en ventaja a Chelsea en el inicio del tiempo
agregado.
Liverpool , confundido por un entrenador que realizó tres
modificaciones que generaron una multitud de cambios posicionales, solo contó
con una escapada de Sterling que finalizó en un centro al corazón del área que
Jordan Henderson cabeceó desviado. Chelsea fue durmiendo el partido de a poco
ante la inoperancia y la falta de sorpresa de su rival y terminó llevándose la
clasificación que había gestado aguantando el empate en su peor momento de la
serie en Anfield.
Los de ‘Mou’, punteros en la Premier, van por una doble
consagración local sin desatender Champions, y olvidan rápidamente el mal trago
del fin de semana que los dejó fuera de la F.A. Cup. En Liverpool hay aroma a
fin de un ciclo. No solo el de Steven Gerrard. También el de un proceso que
tocó su techo antes del final de la temporada pasada y vio en el resbalón de su
símbolo la pérdida de un título que tenía en las manos y de un rumbo que parecía
alentador.
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