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El ocaso de un ídolo y una dirigencia

La tercera parte de Carlos Bianchi en Boca fue la peor. Se vieron varias falencias que antes no se habían observado y los dirigentes jamás tuvieron mano dura con el entrenador. Análisis de un romance que parece haber terminado.




Las dos primeras etapas de Carlos Bianchi como director técnico de Boca Juniors fueron sumamente exitosas. En pocos años, el club recolectó títulos locales e internacionales y victorias memorables. Además, formó nuevos ídolos futbolísticos. La tercera etapa fue pésima. Los resultados fueron pobres, se sufrieron derrotas memorables y no se destacó ningún jugador de campo. Sin embargo, duró veinte meses. Y terminó como empezó. Lo cual plantea varios interrogantes. ¿Cómo hizo para prolongarse tanto tiempo? ¿Qué errores se cometieron? ¿Cuál fue el grado de complicidad de la dirigencia del club? ¿Es posible resistir a las flagrantes equivocaciones de los ídolos? Intentaré sugerir algunas respuestas.

El nivel de juego de Boca bajo el mando del Virrey jamás alcanzó fluidez y constancia. En veinte meses como DT, el equipo de Bianchi sobrevivió gracias a arrestos individuales de Riquelme y atajadas de Orion. Es casi imposible recordar partidos en los que el equipo xeneize haya doblegado al rival e impuesto su juego durante los noventa minutos. En rigor, es muy difícil hallar grandes jugadas colectivas. O buenos goles. En cambio, los desajustes defensivos y la imprecisión en los pases se hicieron costumbre. Así, Boca firmó en el primer semestre de 2013 uno de los peores campeonatos de su historia. En paralelo, tuvo una irregular participación en la Copa Libertadores que concluyó con la eliminación por penales en Rosario contra el Newell’s de Gerardo Martino. Casualmente, en el partido de ida de esa llave, quizás se dio el mejor planteo de Bianchi, pero que duró apenas cuarenta y cinco minutos. Boca presionó la salida de Newell’s, le cortó el circuito de juego y hasta logró generar situaciones de gol. En el segundo tiempo se debilitó la presión. En Rosario directamente cedió el balón al rival y esperó los penales.

La segunda parte de aquel 2013 y la primera de 2014 no tuvieron mejoras significativas. De esa manera, Bianchi se fue tras dirigir más de setenta partidos en esta tercera etapa, en la que sólo ganó un tercio de los cotejos disputados. En suma, en el tercer ciclo de Bianchi, Boca jugó mal. Ganó pocos partidos y no obtuvo ningún título. El DT defendió siempre ante los medios el desempeño del equipo, pese a las irrefutables evidencias en contrario. Quiso rescatar su primer puesto en la tabla general de la temporada 2013-2014, pero los tristes 61 puntos –que ni siquiera clasificaron al equipo a la edición 2015 de la Copa Libertadores- tampoco conformaron.

Por mi parte, considero bastante irrazonable que con todos estos hechos e indicios Bianchi haya durado tanto como DT de Boca. Una evaluación temprana ya era suficiente para cuestionar sus capacidades. No obstante, bajo el escudo de la idolatría, el Virrey disimuló –ante un porcentaje enorme de hinchas y periodistas- sus defectos. Apoyado en el pasado glorioso, recibió concesiones para seguir acumulando derrotas y espantando a espectadores. Ya en marzo de 2013 era posible formular críticas a las decisiones del DT. Y en ese entonces Bianchi aún eludía los cuestionamientos no por lo que era y hacía, sino por lo que había sido y había hecho. De todos modos, a mediados del año pasado ya se habían revelado varias falencias que luego se perpetuaron hasta el ocaso. Así, parafraseando con ironía a Nietzsche dije “Bianchi ha muerto”. De a poco, el pasado dejó de servir y permitió que cada vez más personas evaluasen la labor profesional del DT más exitoso del club.

A su vez, en estos veinte meses con Bianchi al frente del equipo, los dirigentes no sólo perdonaron errores, sino también los financiaron. Cada capricho del entrenador fue concedido y se malgastaron millones de dólares para incorporar jugadores que no rindieron (Chiqui Pérez, Ribair Rodríguez, Juan Manuel Martínez, Claudio Riaño, Emanuel Trípodi, Diego Perotti, entre otros) y para “tapar” juveniles. Probablemente el caso más resonante sea el de Hernán Grana, a quien el DT le regaló la titularidad a pesar de gravísimos deslices. Solamente promovió a tres jugadores formados en el club: Luciano Acosta, Emanuel Insúa y Federico Bravo (este último no tuvo buenos partidos, pero sí la suerte de ser representado por Mauro Bianchi, hijo del DT). En cambio, Christian Erbes y Juan Sánchez Miño, las máximas promesas, diluyeron su potencial. 

La segunda parte del año 2014 arrancó con la despedida de Riquelme. Bianchi pidió varios refuerzos y la dirigencia, obedientemente, invirtió más de diez millones de dólares y se los trajo. Eso sembró expectativas. Sin embargo, otra vez el equipo prontamente mostró sus debilidades ya recurrentes y los dirigentes optaron por despedir al entrenador. Paradójicamente, fue el nuevo capitán, Cata Díaz, -elegido por Bianchi- fue quien cometió severas fallas en las cuatro derrotas (aquí se cuenta la temprana eliminación en Copa Argentina) que detonaron la salida del entrenador- 

El tercer ciclo de Bianchi terminó entonces sin siquiera un punto alto o destacable. Se caracterizó por ofrecer malos desempeños colectivos e individuales desde el primer momento. Y sólo la idolatría magnánima de la figura del Virrey pudo postergar una decisión inevitable. Los jugadores ya no rendían, se estaba pasando vergüenza en cada partido de local y también en la semana pidiendo la suspensión de partidos. A lo que cabe añadirse que se derrocharon recursos genuinos de la institución (jugadores juveniles y dinero). Y si bien puede comprenderse que los hinchas hayan perdonado más de la cuenta, cuesta mucho entender cómo los dirigentes que evaluaron cada partido de Riquelme hayan tardado tanto tiempo en examinar debidamente el desempeño de Bianchi. Cada vez que el DT manifestaba en conferencia de prensa que él se debe a su perfil profesional, los dirigentes xeneizes prefirieron no concretar el examen necesario. Les ganó el miedo a lo que podrían decir los hinchas. Cuando la mayoría de estos últimos ya no pudo evitar la realidad, la temerosa dirigencia eligió echar al DT. Claro que, si lo hubiese hecho antes, el club se hubiese ahorrado –en ejercicio de la famosa cláusula de salida- pagar el contrato del cuerpo técnico hasta diciembre de 2015. 

En definitiva, esta experiencia de Bianchi y Boca sirve para aprender que incluso los ídolos deben ser evaluados de acuerdo a su rendimiento actual. A los ídolos se los contrata como profesionales y como tales deben rendir cuentas por lo que hacen y no por lo que hicieron. Esto posiblemente ayude a racionalizar los análisis de los próximos entrenadores del club. Asimismo, inevitablemente desnudará la gestión de Daniel Angelici como Presidente de Boca. Bianchi se fue. Román se fue. Y quedaron hinchas desencantados, que tienen pocos motivos para seguir a un equipo con una baja moral. En este contexto, y vistas las alternativas, todo parecería indicar que sería muy saludable la llegada de un director técnico audaz que revitalice al plantel, al juego y a los simpatizantes.

Texto de Leandro Ferreyra 

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