San Lorenzo alzó por primera vez la Copa Libertadores, pese a las
dificultades de un gran planteo de Nacional. El club saltó del abismo a la
consagración en América en dos años.
Doce años
de espera para volver a ganar un título continental, una historia repleta de
experiencias y sensaciones ansiando alzarse con la gloria. San Lorenzo no tuvo
un partido accesible en su cancha, pero logró poner fin a años de sufrimiento. Por
primera vez obtuvo la Copa Libertadores luego de un período en el que renació
institucionalmente. Las consecuencias de un proceso son los frutos de un nuevo
logro, después de quedar en la cornisa y hoy estar en lo más alto.
Hace dos
años, el club celebraba imponerse en la promoción por no descender ante
Instituto de Córdoba. La nueva dirigencia aportó distintos elementos para
volver a creer. Más allá del comienzo de una nueva era, no necesitó de un largo
plazo. Aquella atajada de Torrico ante Vélez coronó un gran certamen y consagró
campeón nacional al equipo después del último título conseguido en 2007. Ese
torneo fue la base, la clasificación nuevamente a la Copa y retornar a jugar en
América.
La
transición de un modelo a otro en poco tiempo llevó a otro estilo. Juan Antonio Pizzi
decidió encarar su primera experiencia en Europa y la dirigencia contrató a
Edgardo Bauza para hacerse cargo de la conducción técnica. Conocedor de estas
instancias de su paso por la Liga de Quito ecuatoriana, el Patón encontró variantes y terminó constituyendo un sistema que
casi nunca modificó en el desarrollo de la competencia. Mutó para bien y formó
un equipo rápido, de mucho desequilibrio y ataque por las bandas.
Llegó a la
final siendo el segundo peor clasificado a octavos de final, después de aquella
épica noche como local en la que la goleada a Botafogo significó el boleto para
jugar contra Gremio. Del otro lado, Nacional incluso accedió a los encuentros
de eliminación directa con la misma puntuación y menor diferencia de gol. Pero
ambos lograron evolucionar desde el cierre de la fase de grupos y alcanzar el
partido decisivo.
Siendo
claro candidato, el conjunto de Bauza había logrado imponerse en Asunción sin
poder sacar una diferencia por el empate agónico de Santa Cruz. Y en el Nuevo
Gasómetro se encontraría a un adversario que mostró las mejores virtudes, esas
que evidenció en el torneo pese a sus limitaciones. Desde el primer minuto de
juego complicó las intenciones del equipo argentino, pero no aprovechó las
oportunidades creadas.
Desde una
presión siempre bien sincronizada para la recuperación del balón y la salida rápida
hacia los espacios, Nacional construía un buen rendimiento en condición de
visitante bajo los cimientos con los que solidificó una gran participación. El
trabajo colectivo con el fin del robo y el orden que lo caracterizó siempre
reducía las aspiraciones de San Lorenzo. Aún así, Torrico tapó una pelota vital
y el conjunto paraguayo decidió mal en otra ocasión creada. Determinaron
arriesgar desde un principio, pero no lograron sacar una ventaja por la que
hicieron méritos en la primera media hora de juego.
Sin juego
interior ni un primer pase que dé claridad, el elenco argentino carecía de
sociedades y tenía cerrados los carriles por fuera para atacar con Más o Buffarini.
Con el correr de los minutos, Ortigoza se soltó hacia zonas más ofensivas para combinar
con Romagnoli. Mercier, encerrado por el doble pivote rival conformado por
Torales y Riveros, no podía hacerse del balón y San Lorenzo no podía crear
peligro ni llevar el balón a campo contrario.
Pero un
error grosero inclinaría la balanza. Después del centro en pelota parada desde
la derecha, Cauteruccio remató y el balón dio en la mano del zaguero Coronel.
Un salto osado e indisimulado dentro del área que derivó en el penal que
Ortigoza se encargó de convertir. Y sería un punto de inflexión en el partido.
Porque pese a que los dirigidos por Bauza nunca pudieron dominar el partido, no
pasaron más sobresaltos posteriormente a la apertura del marcador.
La ausencia
de Piatti fue muy sensible para un equipo que careció notoriamente de cambio de
ritmo en zona de tres cuartos. Con poca fuerza en transiciones ofensivas e
imposibilitado de originar espacios en ataque estático, creció la figura de
Romagnoli. Aquel que estuvo en la Mercosur de 2001 y en la Sudamericana de 2002
cuando era la joven perla de los equipos de Pellegrini e Insúa, se erigió como
la figura de este campeón. Acompañado por la calidad en el pase de Ortigoza y
el sacrificio desde las sombras de Mercier, pudo encontrar con mayor asiduidad
a Villalba por la derecha para originar peligro desde la banda. Sin rupturas al
vacío, el doble nueve esta vez volvió a no funcionarle a Bauza, como sucedió en
el comienzo de la Copa cuando juntaba a Matos con Blandi.
El ingreso
de Verón le permitió correr en terreno adversario y tomar aire. Igualmente, la
acción que terminaría de consagrar al conjunto azulgrana provendría de la única
oportunidad clara de ataque de Nacional en el segundo tiempo. Gentiletti, de
gran partido en la ida pese a fallar en la última jugada, interceptó un balón
que tenía claro destino de gol para enviarlo al córner.
Sin
claridad, sufriendo por momentos y evidenciando la ausencia de Piatti para el
desnivel, San Lorenzo igualmente pudo conseguir la Copa Libertadores. Un
certamen que siempre se le negó y que pudo conseguir esta vez, ante un rival
que hizo honor a su orden y principios colectivos para ubicarse en una zona de
privilegio en el peor momento del fútbol de Paraguay en su historia.
La derrota
en la altura de Ecuador pudo ser el quiebre y la eliminación. Pero Piatti
respondió ante Botafogo y una noche interminable se transformó en desahogo.
Luego, dejaría en el camino a dos equipos brasileños y le alcanzaría con golear
en la ida de la semifinal para alcanzar la instancia más importante de su
historia. El cambio en 24 meses fue radical, de estar cerca del abismo a tocar
la gloria en el continente.
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