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Las penas son de los otros

Argentina hizo un enorme Mundial y debió llevarse la final pero no concretó. ¿Puede esto modificar la evaluación global de un proceso? ¿Debe hundirnos en la melancolía? El cuento del primero de los perdedores, no va más. 




En el fútbol, a diferencia de un deporte individual como el tenis, muchos factores deben tenerse en cuenta a la hora de explicar qué pasó dentro de un campo de juego. Son once voluntades, más las definiciones del entrenador en oposición a otras once voluntades más las de su respectivo entrenador. Sin embargo, en partidos muy cerrados, todo termina reduciéndose a los detalles y como mostrara Woody Allen en Match Point, en esos pequeños guiños del azar se determina el resultado final. Todo depende de dónde cae la pelotita en el punto clave

¿Puedo yo ponderar todo un trabajo de casi tres años (u ocho si analizamos el caso alemán) de acuerdo a esto? ¿Debe venírseme el mundo abajo porque la bocha de Messi se fue a centímetros del palo, porque Higuaín impactó mal una pelota o porque Palacio no tuvo un buen control orientado con el pecho?

Paradojas de la vida, un grupo con la sombra de Carlos Bilardo por detrás, con un enorme conductor como Alejandro Sabella, que alcanzó la cima de su carrera en Estudiantes, me terminó de mostrar porqué es una patraña ser "resultadista"

No se trata de ser lírico, ni de la charla eterna de cafetín. Nada de eso. Al menos no en mi caso. Viví tenso a más no poder los primeros cinco juegos en esta Copa del Mundo, me desvelaba volver a caer en cuartos de final, no poder atravesar esa barrera. Confiaba en el material de la Selección Argentina y en quién la comandaba desde el banco de suplentes. 

Una vez que Rizzoli, sí Rizzoli, finalizó el encuentro ante Bélgica la tensión desapareció y prácticamente no volvió más. Es que el objetivo de mínima ya estaba cumplido y solo la gloria quedaba por delante. La angustia de las horas previas no regresó, fueron días de goce, y también de lágrimas (pero de alegría) cuando Chiquito Romero escribió su página redentoria. 

Quería que Argentina ganara esa final. Era EL partido. Había esperado ese juego desde siempre. Y el equipo hizo todo para ganarlo (incluso durante algunos segundos fuimos campeones); más pasan las horas y más me convenzo de que debió ser nuestra la final. Argentina llevó a la impotencia a un señor equipo y dispuso de las mejores opciones, pero no cayó de nuestro lado. 

No creo que todo el proceso deba invalidarse por una mala definición. Ni siquiera me invadió la angustia por eso. Un dejo de tristeza, seguro. Porque ese grupo merecía la coronación y la placa histórica, porque quería festejar como nunca el Mundial. Pero si los objetivos de mínima se cumplieron, si luego se alcanzó una final y por último se dejó todo para ganarla la tranquilidad es tal que reconforta. En mi caso, y no tienen porqué compartir, es por el desarrollo que me interesa tanto ver fútbol, por ver cómo se trabaja en pos de un resultado. Si solo me dejara llevar (y obnubilar) por esto último, simplemente esperaría a interesarme por este juego una vez que se termina para ver qué dicen las tablas de posiciones. Sépanme disculpar, pero los números nunca fueron mi fuerte. 

Más allá del último gran objetivo, que era ser campeón del Mundo, muchos objetivos muy importantes se consiguieron. Porque la Selección emocionó y generó sentido de pertenencia. Porque la gente volvió a vibrar y tuvo una sonrisa en la cara en la última semana. Porque como bien remarcó Sabella, se trató de una construcción colectiva a la cual los diferentes individuos que la conformaron le pusieron su aporte y talento individual. 

A este grupo le digo gracias porque desde aquel día en Barranquilla se vio un norte claro y lo siguieron buscando hasta el final de su camino. Ni primeros de los perdedores, ni tirar abajo el avión. Subacampeones del Mundo. Tampoco los facilismos reduccionistas y simplones en torno a gustos, rivales y la mar en coche. El tiempo ubicará en su justo lugar a este equipo.

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