Más allá de no poder concretar el sueño del tercer título mundial, Argentina cumplió con creces el propósito preestablecido y se discutió de igual a igual desde el principio al final del certamen sin una organización sólida como respaldo.
La tristeza del final ante la ajustada derrota consumada era
irreversible. Los rostros impotentes de aquellos jugadores que estuvieron a un
paso de la hazaña demostraban lágrimas e impotencia ante una oportunidad única
de quedar en la historia que se había hecho añicos con el tanto de Mario Götze
a minutos del final del tiempo suplementario. El subcampeonato del seleccionado
argentino estaba sellado y, a excepción del resultado, poco había por
reprocharse.
El camino de esta selección no comenzó en Brasil. Fue un
sendero largo y complicado que nació con el equipo campeón olímpico en Beijing
de la mano de Sergio Batista. Aquel plantel, contaba con el germen de la nómina
actual con nueve jugadores en común que obtuvieron aquel logro y que debieron
sufrir los volantazos posteriores de una impresentable desorganización desde
las altas esferas y desde la misma conducción del seleccionado hasta el arribo
de Alejandro Sabella en 2011.
Desde aquel lejano 2008 en que Alfio Basile terminaba sus
días como entrenador de la selección mayor hasta el arribo de Sabella y la
estabilización y organización de un equipo tras los innumerables cambios de
rumbo en toda la estructura de los seleccionados argentinos, pasaron dos
entrenadores más, Diego Maradona y Sergio Batista, que no hicieron más que
demostrar la falta de proyecto. La desorganización interna y el fracaso en el
armado de grupos exitosos dentro del seleccionado absoluto.
El principal mérito de Sabella en la etapa pre mundial es el
de haber encontrado un grupo a la medida de Lionel Messi. Esto tuvo como fecha de nacimiento
el día 15 de noviembre de 2011 en el segundo tiempo de la victoria por 2-1
sobre Colombia en Barranquilla que calmó los ánimos tras una derrota ante
Venezuela en Puerto Ordaz y un empate como local ante Bolivia por Eliminatorias. Ese grupo, con cambios en la formación hacia un equipo un tanto
desequilibrado pero muy contundente en la faz ofensiva con los ‘cuatro
magníficos’ como abanderados era la carta de presentación de Argentina de cara
a una Copa del Mundo a la que se terminó accediendo con comodidad.
Pero los últimos meses de competencia entregaron malas
noticias a Sabella y aquellos cuatro jugadores determinantes en ataque llegaron
a Brasil 2014 entre algodones. Gonzalo Higuaín y Sergio Agüero con muy poca
actividad derivada de lesiones, Messi tras un final de temporada entre
lesiones y bajos rendimientos y Ángel Di María con la carga de partidos que
supuso pelear la Liga y la Champions League hasta las últimas instancias en
Real Madrid. Esto sumado a la escasísima continuidad de Fernando Gago, a quien
Sabella le había otorgado una función importante para que Messi no retrocediera
en el campo.
Sabella se las arregló para ir armando un equipo que
sostuviera con confiabilidad defensiva aquella considerable merma ofensiva y
terminó generando un equipo sumamente
confiable desde lo táctico a partir de octavos de final. La coincidencia quiso que justo sea cuando el
compromiso más lo solicitaba, para llegar a la final sin goles en contra en sus
duelos ante Suiza, Bélgica y Holanda aunque con un poder ofensivo muy limitado
que terminó costando la derrota en una final donde se le jugó de igual a igual a
un seleccionado como el alemán, que registra una continuidad de trabajo de diez
años bajo los mismos conceptos futbolísticos con pocos cambios entre la gestión
de Jürgen Klinsmann y la de su otrora ayudante Joachim Löw.
Con todo esto y con un segundo puesto que es un premio al trabajo del
cuerpo técnico y a un grupo de jugadores comprometidos con un objetivo pero que
es demasiado resultado para una dirigencia que sólo ha acertado en la contratación
de Sabella. En medio de tanto desorden y tan poca claridad en la búsqueda de
horizontes, la tarea del seleccionado argentino es altamente valorable, más aún
cuando el techo planteado de antemano era sacarse la espina de estar otra vez
entre los cuatro mejores.
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