Don Alfredo Di Stéfano luchó hasta que ya no tuvo más fuerzas. La Saeta Rubia se ha ido para siempre, dejando un profundo dolor en el corazón de los socios más antiguos del Real Madrid que tuvieron la suerte de verle en acción.
Las imágenes que observábamos en la salida de la capilla ardiente, acogida en el palco del Santiago Bernabéu, eran conmovedoras. Jubilados que abandonaban el homenaje póstumo de forma desgarradora, con sus pañuelos en mano y en alguna ocasión ayudados por algún joven para evitar una caída por culpa de la tensión y el malestar acumulado. Esos jóvenes que auxiliaban a los hinchas más veteranos, no han visto muchas imágenes de Alfredo, pero con lo que les han contado les alcanza y les sobra para entender que estaban ante un mito de la historia de su club.
Un jugador adelantado a su época. Mientras sus rivales y compañeros sólo se movían por una zona específica casi como fichas de ajedrez, el rompía el molde debido a sus incesantes movimientos por toda la cancha. En la actualidad se podría denominar como un box to box. Desde su llegada procedente de Colombia en 1953 hasta su despedida once años después, el Real Madrid no hizo otra cosa que crecer a pasos agigantados haciendo historia en el fútbol mundial.
Diversos títulos le avalan como uno de los mejores de la historia. Cinco Copas de Europa u ocho ligas son algunos de los entorchados más importantes conseguidos por el hispano-argentino. Pero sus genialidades técnicas para aquel fútbol y una entrega heroica por la camiseta blanca le otorgaron el mayor orgullo que un futbolista puede tener: el amor fiel e inquebrantable para la eternidad de sus hinchas.
Meses antes de fichar por el club donde se retiraría como jugador profesional, sufrió un anecdótico secuestro en Caracas donde disputaba una Pequeña Copa del Mundo de Clubes. En el Espanyol disputó sus últimos partidos. La despedida se producía en un abarrotado Bernabéu cuando se habían consumado trece minutos de aquella contienda en modo de homenaje entre el Real Madrid y el Celtic de Glasgow. Don Alfredo se quitaba la cinta de capitán y se la entregaba a Ramón Grosso. El Santiago Bernabéu se ponía de pie para aplaudir al hombre que había cambiado para siempre la historia del Real Madrid.
Nunca pudo disputar un Mundial donde siempre tuvo una curiosa y triste relación. Argentina decidió no participar tanto en 1950 como en 1954. Ya con la doble nacionalidad, España no logra clasificarse a Suecia 1958. Cuando parecía que se produciría el debut esperado en Chile 1962, una inoportuna lesión lo alejaría para siempre del certamen más importante del deporte rey. Di Stefano falleció en medio del último Mundial, una historia de constantes infortunios con el torneo más popular.
En la experiencia como entrenador en España, donde dirigió en Elche, Valencia, Rayo Vallecano, Castellón y Real Madrid; destaca la oportunidad que les brinda subiéndolos al primer equipo a Sanchis, Martín Vázquez, Butragueño y Pardeza. Jugadores que acabaron siendo muy reconocidos en el club.
El actual presidente de la institución, Florentino Pérez, consiguió que Alfredo Di Stefano sea nombrado en el año 2000, Presidente de Honor del Madrid. La Saeta siempre recordaba que Raúl González era esa representación de carácter y polivalencia, a modo de comparación entre ambos. El eterno héroe pudo observar como su equipo ganaba la tan ansiada Décima Champions League con un claro ejemplo de no darse nunca por vencido.
Esa garra, esa fuerza, ese amor por una camiseta que enloquecía el Bernabéu fue heredada por Sergio Ramos en el cabezazo que obligó a la prórroga en el último suspiro de una final que estaba "casi" perdida. "Casi" perdida porque esta leyenda que nos dejó, plantó la primera semilla del espíritu impávido que caracteriza al Real Madrid hace seis décadas. Un fruto de esa semilla que aún se sigue recogiendo en cada tarde de domingo en Chamartín.
0 Comentarios..:
Publicar un comentario