Uno de nuestros hombres estuvo en un palco del Santiago Bernabéu el último domingo. El color del clásico español, un choque detiene al mundo del fútbol.
Ya había estado en la previa del clásico. Había visitado el Santiago Bernabeú en el partido de Champions frente al Schalke, eso significó la liberación de algunas sensaciones grandiosas para el partido de Liga. La inmensidad del estadio, el orden de la gente, la limpieza de los estadios y la claridad de la iluminación ya eran poca cosa; ahora a las cosas cotidianas para ellos, se le agregaba el ambiente, la expectativa de la gente y el colorido del partido más atrapante de la Liga española.
El color del Paseo de la Castellana |
Ya en el día del partido, al mediodía la comida fue en Txistu, restaurant donde van habitualmente todos los jugadores y dirigentes del Real Madrid. Allí no se esquivó el bulto y los madridistas expresaron, entre carnes a la piedra, sus ganas de ganar, pero también era visible el respeto a su enemigo. En el deseo de vencer se filtraba el temor a perder o volver a hacer el ridículo como paso hace tiempo con el 2-6 en casa o el 5-0 fuera.
Calor en el derbi español |
El momento de éxtasis de la previa fue la llegada del micro blanco al estadio. El ingreso fue acompañado por una multitud que cantó y sacó fotos, lo que provocó la demora de alrededor de 10 minutos.
La vista de nuestro hombre en el Bernabéu |
Después de comer algunas tapas, me acomodé en mi asiento y disfruté de cada segundo del acontecimiento. La entrada en calor ya deja señas de algo distinto. El toque rápido y preciso en espacios reducidos es una explicación del buen nivel en el campo.
La gente ingresó desde temprano, y en los minutos previos al arranque, el estadio ya estaba completo en su capacidad. Por eso, la salida de los jugadores fue con un gran ambiente de los hinchas. Todos cantando por el Madrid al ritmo de la grada joven, salvó unos tres mil hinchas del Barça que estaban ubicados en el tercer "anfiteatro".
Ronaldo ampliaba la distancia |
El gol tempranero de Iniesta fue un balde de agua fría y una bomba teledirigida a la ilusión del hincha. El pesimismo era notable, pero las buenas emociones volvieron de la mano de Di María. Lo curioso, que para quién lee habitualmente diarios españoles no lo es tanto, es que para los madridistas Di María ni brillando es imprescindible, y si lo es aún sin brillar, pero con mayor nivel de marketing, un jugador como Modric o Benzema.
Los cambios constantes en el resultado hicieron que el Bernabeú pase de ser una caldera a una fiesta. Nada tienen de fríos los merengues ni tampoco los culés. El mito que el fútbol como se vive en argentina es único está instalado, pero después de haber recorrido algunas ligas, diría que no habría negocio si no hubiera fanatismo. Los insultos, los saltos, las amenazas a los infiltrados del equipo rival en gradas propias también existen en la "aburrida LFP" como algunos la llaman.
Sin embargo hubo un hecho que alteró a todo el mundo (además del arbitraje). Los gestos de Messi a la grada joven revolucionaron el clima, cuando los primeros en provocarlo habían sido ellos al grito de "Messi Messi Messi subnormal, subnormal...". "Es un cabrón, siempre arma el revuelo y se escapa cuando el resto se pelea" era el Vox populi en el descanso.
El partido había terminado y los hinchas estaban furiosos con el árbitro, con el Barça, con Catalunya y hasta con la mamá del 10 culé. Hubo cruces en las bocas del estadio y hasta empujones entre propios hinchas del Madrid que no compartían idea sobre el profesionalismo de Sergio Ramos. Eso sí, pese a no haber aparecido en los 90 minutos, nadie le dijo nada a Cristiano.
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