Las realidades de
Argentina y Uruguay en el inicio del camino hacia Rusia 2018 recuerdan las
enseñanzas de la reconocida y antigua fábula. Diferentes formas de encarar el
sinuoso trayecto hacia la próxima Copa del Mundo definen las realidades
actuales de uno y otro seleccionado.
La liebre y la tortuga comenzaron a desandar el camino de
una carrera larga y sinuosa con destino final Rusia 2018. La primera, gallarda
y confiada en el abanico de posibilidades que le entrega su talento. Ese lujo
que derrocha cada fin de semana en los más importantes escenarios del viejo
continente, que conjuga velocidad y destreza, que recolecta la admiración del
público. La segunda, no puede permitirse la confianza excesiva y se
alerta, irremediablemente, ante la escasez de recursos. Sabe que cada paso
seguro y firme será fundamental para llegar a buen puerto, en una competición
desigual que le impone, ante todo, los obstáculos de sus propias limitaciones.
Así, la liebre, con su traje de gala y su insignia color
cielo y algodón, se sienta esperando que la tortuga dé sus primeros pasos. Se
ríe de su lentitud. De su necesidad de anteponer la voluntad y la inteligencia
para cubrir los baches que desnudan sus carencias. Ve con desidia y suficiencia
cómo la tortuga, vestida de celeste, de mística y de tradición, parte adelante
en base al esfuerzo y a la enorme virtud de aprovechar sus contadas fortalezas,
disimulando su arsenal de falencias.
Allá va la tortuga, a paso corto, seguro y cansino. Sabiendo
que no tiene margen de error. Que en su inteligencia, y en el reconocimiento de
sus limitaciones, se esconde su estrategia fundamental. Sin vergüenza a demostrarse
más débil para aprovechar sus virtudes en los terrenos más fangosos. Allí donde
el talento desfallece y el temple y la hidalguía logran hacer pie. Con la
frente alta del trabajador incansable. Sin magia, sin estridencias, pero con
cultura de trabajo.
La tortuga partió sin sus elementos más preciados. Armas confiables
de ataque en aquellos momentos donde el rival abruma y hay que dar un golpe de
efecto para sumar posibilidades en esta larga carrera a Rusia. La liebre no
cuenta con su amuleto. Esa que niega permanentemente. Que critica hasta el
hartazgo cargándole el peso de todas las responsabilidades cuando las cosas no
salen. Que ahora, cuando la tortuga se aleja, se reconoce fundamental.
A la liebre le parece que el tiempo sobra. En menos de tres
años, cree, la tortuga estará fuera de combate y ella brillará en consonancia
con sus capacidades, en las imponentes arquitecturas de los estadios rusos. Y
allí yace dormida, sin sonrojarse, a la sombra del árbol del individualismo y la soberbia.
Mientras tanto, la trabajadora tortuga, ya dio dos pasos.
Firmes y certeros. Sin prisa pero sin pausa. Haciendo lo que puede pero
sabiendo lo que hace. Y poco a poco recuperará aquellas temibles armas que
debió reemplazar con esmero, coraje y cerebro. Sus esperanzas crecen aunque los
pies no se separen de la tierra. El verdadero liderazgo, la humildad extrema y
el honor de vestir esa histórica celeste de mil batallas y cientos de hazañas
la empujan a continuar.
El seleccionado argentino, como la liebre, sigue vinculando
el éxito con la inventiva individual. Deja de lado la administración correcta
de los recursos colectivos para dar rienda suelta al individualismo y recurrir
al peso específico de sus figuras como estrategia. Así como la liebre, pretende
ganar sin esfuerzo, sin estrategia, sin inteligencia. Vencer sólo con la
convicción de ser mejor que el adversario.
Uruguay, al igual que la tortuga, administra escasez
llevando el juego a sus terrenos más fértiles. Incluso regalando protagonismo
para poder trabajar mejor allí donde es fuerte. Cediendo individualismo para
encontrar, en lo colectivo, las maneras más adecuadas para alcanzar el éxito.
Organizando caciques e indios en escalas jerárquicas bien definidas según el
plan de viaje.
La liebre sigue durmiendo. Ese amuleto –Lionel Messi-, tan
bendito como maldito será invocado pronto para recuperar la compostura y apurar
el paso hacia la meta. ¿Qué importa el trabajo?, ¿quién necesita de la
humildad?, ¿para qué sirve la inteligencia?, ¿quién quiere administrar los
recursos?, ¿de qué hablan los que piden construir una identidad?... Los mejores no necesitan esos valores. Y la liebre sigue mirando a
todos desde arriba, sin aprender la lección. Aunque las medallas no aparezcan y
el amuleto sea su único motivo real de orgullo.
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