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¿A dónde iremos a parar?

El mensaje se ha ido desvirtuando con el paso del tiempo y la victoria cada día tiene mayor importancia. Sin embargo, también hay que observar el comportamiento de los futbolistas en este ámbito.





La situación que atraviesan hoy en día los hinchas genuinos del fútbol argentino es desesperanzadora. Además de sufrir con la violencia en las tribunas y con el afán de poder de los dirigentes, ahora, como si algo faltara, tienen que lidiar con la destemplanza de los jugadores, factores fundamentales y eslabones principales de una cadena que atrae a millones de personas.

Asistir a un estadio a ver un partido era hasta hace unos meses un evento impostergable para disfrutar del deporte que mayor lugar ocupa en la vida de cada hincha. Sin embargo, surgió en el pasado una teoría creada por algún necio de que sólo sirve ganar, y el jugador, sin más remedio, se contagió. Por ello es que hoy se ven películas de terror repletas de escenas crispadas, en vez de espectáculos de alta calidad. El “dolor de ojos” que se mencionaba hace décadas para los equipos con poco material que jugaban mal es ahora moneda corriente en la gran mayoría de los cotejos, incluidos los de equipos grandes.

Resulta difícil descifrar si la responsabilidad es de los apasionados por imprimir esa idea de “ganar o nada” o si, realmente, son los profesionales los que foguean a que suceda eso. Lo que sí está más que claro es que los que toleran la decadencia de nuestro fútbol son los verdaderos fanáticos, aquellos que sufren por las derrotas y les cuesta horrores reponerse en la semana.

El interrogante principal recae en el porqué de la innecesaria violencia dentro del campo de juego. Se puede ir a disputar una pelota sin lastimar, se puede hacer sentir el rigor sin lesionar, se puede demostrar ímpetu y presencia sin hablar de más. Se puede, pero no se quiere. Y no existe ninguna futurología para determinar hasta cuándo va a seguir pasando, aunque sí está muy cerca el momento en que los genuinos estallen. Por ahora se mantiene intacta la fe por los colores y la certidumbre de que la redonda se siga moviendo, aunque todo tiene un fin.

Para que exista un cambio que mejore la realidad, los jugadores deberían tomar la posta y empezar a ser más leales. El resto es más complicad, pero no imposible: mano dura a los violentos y buen trato a lospacíficos, algo fundamental que no se cumple. Si bien  puede parecer fácil decirlo y difícil hacerlo, es el único camino posible. Por lo pronto, hay que conformarse con seguir viendo a karatecas en vez de futbolistas.

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