El United
logró un éxito clave en St. Mary’s Stadium, producto del esfuerzo y la
aplicación de un grupo de jugadores que ha dejado a un costado el traje de gala para colocarse el overol de la humildad y el compromiso con el proyecto de su
entrenador.
El triunfo estaba consumado. Quinta victoria al hilo de un
equipo que hace un mes parecía naufragar en los millones invertidos y se
ahogaba en las comparaciones con el tristemente célebre período de David Moyes
que finalizó con el United fuera de la competencia continental tras más de dos
décadas de participaciones ininterrumpidas a las ordenes del mítico Alex
Ferguson. Los puños apretados, las sonrisas alargadas y los abrazos sinceros hablaban
por si solos, las camisetas empapadas de sudor de todos y cada uno de aquellos
jugadores también. El 2-1 sobre Southampton a domicilio era el resultado más
importante que equipo había conseguido en la temporada y lo situaba en el
tercer lugar al tiempo que eyectaba a su rival fuera de los puestos de
Champions.
Manchester United llegaba a St. Mary Stadium a disputar una
final anticipada, a meterse en el lugar de donde su nombre le pide no salir, a
postergar los sueños de aquel que no era pero que quería ser, a pegar un golpe
en la mesa de esos que dejan a los comensales atónitos ante la importancia de
quien lo realiza, a demostrarle a los de arriba que hoy, aún en medio del
desorden y la reconstrucción, será un hueso duro de roer. El objetivo era
claro: desbancar a Southampton del tercer lugar y darle un golpe duro a un
equipo que se ilusionaba y hacia ilusionar de la mano de un buen rendimiento
colectivo, pero que aún debía demostrar para que estaba ante un rival con
pergaminos y en un partido clave que hoy influye y muy probablemente lo hará de
aquí hacia adelante en la continuidad de la Premier League en busca de un lugar
en la máxima competencia europea para la temporada próxima.
El smoking quedó allá en Old Trafford, la galera no fue
parte del equipaje y el bastón se utilizará en otra oportunidad. El equipaje de
cada jugador del United sólo estaba provisto de ropa de trabajo. Sin lujos, bien
preparada para el esfuerzo y la lucha de un partido que debía ganarse con
trabajo. Louis Van Gaal ha convencido a estos jugadores de que Manchester
United es mucho más que ellos, se nombre a quien se nombre, que cada uno de
estos millonarios hombres son privilegiados en vestir una camiseta que lleva
años de historia y décadas de gloria. Esa ropa que ha sido llevada hasta la cúspide del
fútbol mundial por hombres que hoy aparecen en las primeras páginas de
cualquier repaso de la historia del fútbol, que ha corrido vertiginosamente subida
a las gambetas de George Best o Ryan Giggs, que ha bajado el ritmo para revisar
el pensamiento mágico de Bobby Charlton o ver el dibujo conocedor de cada
sector del campo de Paul Scholes, que ha disfrutado de cada gol de Dennis Law y
de cada locura de Eric Cantona, pero que también ha sido parte de las hazañas
de un líder incansable y trabajador como Roy Keane o del esfuerzo y el coraje
de Bryan Robson para transformar derrotas seguras en hazañas que parecían improbables.
Cada uno de los obreros que ayer se pusieron al hombro los
136 años de historia del United, entendieron lo que estaba en juego, trabajando
a destajo ante un rival exigente como Southampton y ante los dos cambios
tempraneros –uno por lesión y otro táctico- que obligaban a olvidar el cansancio
y aquellos nombres como el de Wayne Rooney, Juan Mata o un enorme Robin Van
Persie, fundieron esfuerzos con la plebe futbolística del equipo. Así Mata
corría a la par de Marouanne Fellaini y era tan polivalente como Ander Herrera,
así Van Persie le daba marcha al trabajo defensivo corriendo a todos y luchando
contra los centrales rivales para provocar el error que llegó rápido cuando
José Fonte le regaló el primer gol al dejar corto un pase a Frazier Forster y
entregar un mano a mano al delantero holandés que no se permitió fallar.
Antonio valencia y Ashley Young entendieron que si quieren ser parte del equipo
deben redoblar esfuerzos y ocupar el lateral en detrimento de algunas de sus
posibilidades de protagonismo ofensivo. Michael Carrick se hizo rueda de
auxilio de una defensa que sufre de inconsistencia colectiva pero que mata por
cada pelota. Rooney se hizo líder espiritual poniéndose al servicio de
cuanta línea lo necesite, arriba, abajo, en el centro y por los costados, en
ataque y en defensa y por si faltara algo está David De Gea, ese ángel guardián
que dejó en la pretemporada al niño prometedor que era para convertirse en el
arquero capaz de ganar puntos que todo equipo de fuste necesita, ese que
responde cuando lo prueban seguido pero que también es figura cuando interviene
dos veces como ayer, en el complemento, ante un cabezazo de Shane Long y un
zurdazo cruzado de Graziano Pellé que pedían grito de gol.
El centro de Ashley Young que un solitario Van Persie tocó
por debajo de Forster para decretar el
triunfo Red Devil con veinte minutos por delante en el partido le agregó más combustible
a estos corazones en llamas. Este nuevo Manchester United ha cambiado el
semblante. Mucho tuvo que ver en este presente aquella increíble victoria en
Emirates Stadium ante Arsenal. Allí, estos hombres se dieron cuenta que no hay éxito
sin esfuerzo, que no hay alegría sin sufrimiento y que deberán ponerle el pecho
a un período de reconstrucción que ha comenzado a emitir signos vitales a
partir de la humildad, el esfuerzo y la solidaridad. El corazón del United aún
late. El sueño del título parece muy lejano aunque ya sean ocho los puntos que lo
alejan de lo más alto de la tabla cuando el fin de semana pasado eran 13, pero
la gesta necesaria para el regreso tan urgente como impostergable a Europa va
tomando color y las dudas iniciales se van disipando poco a poco. Una vez más,
como el Ave Fénix, Manchester United comienza a resurgir de sus propias
cenizas.
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