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De triunfos y participaciones

La fecha de la elite del fútbol de Inglaterra marcó a las claras las virtudes y defectos del líder y de dos grandes que aspiran a ingresar en Champions en medio de campañas irregulares y rendimientos dispares.



La duodécima jornada de la Premier League inglesa arrojó una demostración cabal de las enormes diferencias entre Chelsea, el gallardo mandamás invicto del torneo, y dos de aquellos que en la previa podían considerarse candidatos a pelear en los lugares de privilegio con el equipo de José Mourinho, Arsenal y Manchester  United, que se enfrentaban entre ellos en el Emirates Stadium de Londres, en el encuentro más importante de la jornada. Stamford Bridge transcurrió la oscura tarde de Londres con una pasmosa tranquilidad. West Bromwich Albion no fue rival desde el primer minuto de juego y Chelsea definió el encuentro en una sola mitad, jugando un futbol de alto nivel y aprovechando cada distracción de un infantil adversario que cedió ventajas demasiado generosas ante un anfitrión que derrocha categoría y solidez en todas las líneas, entregando la impresión de jugar con más de once jugadores dentro del campo. En todo aquel lugar donde cae un rechazo, donde se divide el balón o donde un pase carece de precisión absoluta, un jugador vestido de azul aparece antes que sus rivales de turno para hacerse con la pelota y comenzar una de las largas y efectivas posesiones que dejan a su equipo con dos líneas de cuatro hombres delante del área contraria.

Como es costumbre, la superioridad se transformó en diferencia con prontitud tras dos distracciones defensivas de una defensa que hizo agua por todos lados y a la media hora de juego Chelsea disfrutaba de un 2-0 a su favor, producto de una gran definición de Diego Costa y un insólito gol de Eden Hazard a la salida de un tiro de esquina, y tenía un jugador más que West Bromwich Albion tras la expulsión del argentino Claudio Yacob, luego que el árbitro Lee Mason juzgara con corrección la intención por encima del daño cuando el mediocampista  visitante fue a disputar un balón con Costa bajando con los dos pies hacia el balón de manera  temeraria. El resto del partido estuvo de más y hasta Chelsea se dio el lujo de compartir el balón durante la segunda mitad del complemento para darle un poco más de acción a una línea defensiva que  había participado más en campo contrario que cuidando las huestes de Thibaut Courtois.

Un rato más tarde en la mismísima e imponente Londres, el clásico de la jornada daba inicio con un puntos en juego de vital importancia para el nuevo objetivo de dos conjuntos a los que la realidad les asesinó las ilusiones de campeonato para mirar con absoluto cariño el cuarto lugar clasificatorio a Champions League. Arsenal, siempre abanderado de un juego tan bonito como ineficaz en los duelos de relevancia, recibía a un Manchester United que, a sus presentes –y ya casi habituales- problemas futbolísticos, le agregaba las lesiones de jugadores de la talla de Radamel Falcao, Marcos Rojo –hoy probablemente su defensor más regular- y Daley Blind, el dimmer futbolístico de un equipo que mejora considerablemente con su presencia. Los intentos de Louis Van Gaal por conformar un equipo serio con el escaso nivel que la plantilla le ofrece en la zona defensiva parecieron naufragar pronto y a los 15 minutos de juego se levantaban apuestas para intentar adivinar cuantos goles recibiría Manchester United. David De gea era figura, la línea defensiva visitante, con tres hombres que no tenían la menor idea de lo que estaban haciendo, dejaba espacios gigantes que eran aprovechados por Danny Welbeck, Aaron Ramsey, Alex Oxlade-Chamberlain, Alexis Sánchez y Jack Wilshere con increíble facilidad para internarse una y otra vez en el área y el gol ‘Gunner’ estaba al caer.

El tiempo pasó, De Gea continuó seguro, el ataque local mantuvo su ineficacia, la defensa visitante sumo hombres y ganó juego con el ingreso de Ashley Young -ante una nueva mala noticia para Van Gaal en la lesión de Luke Shaw- y Manchester United de a poquito fue pensando que podía mantener un empate que no solo parecía mucho premio sino que aún corría serio riesgo desde la endeblez de su defensa. Pero  al final del primer tiempo, ni el más optimista de los simpatizantes del United contaba con elementos lógicos que lo inviten a soñar con la victoria.

El fútbol es así, ilógico, sorprendente y tiene a Arsenal como uno de los máximos exponentes de ello. Arsenal se empecina en demostrar que en el fútbol el que juega mejor no siempre gana y que probablemente ese factor sorpresa es una de las maravillas que hacen de este deporte el más popular del mundo. A los diez minutos del complemento Young envió un centro desde la izquierda que caía manso en las manos del arquero Wojciech Szczesny, pero un inocente Kieran Gibbs fue sorprendido por un jugador al que no le sobra categoría pero derrocha mañas, Marouane Fellaini, casi un Dennis Rodman del fútbol, que lo empujó desde atrás y generó un choque entre Gibbs y Sczcesny que le permitió a Antonio Valencia rematar de derecha para que el propio Gibbs desde el suelo corrija el imperfecto remate y lo coloque al lado del palo derecho para la algarabía de medio Manchester y la triste sorpresa de la parcialidad local que ya veía posible una nueva injusticia nacida desde la propia ineficacia de aquel que juega bonito pero no bien.

Wayne Rooney, un jugador que sobresale por su versatilidad y que parece regresar a sus mejores momentos, marcó el segundo con pocos minutos por delante y un Arsenal jugado en busca del empate, picándola por encima de Damián Martinez que había reemplazado a Sczcesny, lesionado tras el choque con Gibbs, tras una contra rapidísima generada por Fellaini y continuada por Ángel Di María. El esfuerzo final de un Olivier Giroud que generó más contundencia en veinte minutos que sus compañeros en el resto del partido descontó en tiempo agregado pero no pudo torcer lo que podría haber evitado Arsene Wenger si lo colocaba antes en el campo pese a regresar de una lesión.


Muy distintos son los análisis para estas tres realidades. Chelsea no debe pensar demasiado, juega bien, actualiza su formación para evitar la costumbre como un Oscar que sumó con mayor permanencia a Cesc Fábregas y a Nemanja Matic, es contundente, no pierde, no deja dudas y es un puntero justo e indiscutible que se perfila para campeón. Arsenal debe replantear su futuro. La era Wenger, pese a la reidentificación de Arsenal con otro tipo de fútbol y la belleza de un juego creativo y vistoso, parece llegar a un final que la escasez de éxitos importantes anuncia hace más de un lustro. Nuevos rumbos, probablemente con formas similares pero con mayor confiabilidad serán transitados en el corto plazo. En Manchester el árbol no debe tapar el bosque. El United es un conjunto de voluntades que sólo pueden alcanzar una victoria de este tenor mediante el esfuerzo o la jerarquía individual de alguno de sus componentes, pero siempre con la ayuda fundamental e infaltable de la fortuna y esta suele ganar partidos pero no conseguir objetivos. Van Gaal debe cambiar casi todo para armar un equipo que parezca un equipo, aunque la tabla de posiciones lo coloque en el ansiado cuarto puesto de Champions al día de hoy. 

Es evidente, Chelsea triunfa, los demás participan.

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