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No será como aquella soleada tarde

De la mano de Pékerman, Colombia espantó los fantasmas y regresará a un Mundial. En el camino perdió piezas importantes y hoy son varios los que lamentan que quizás no puedan repetir su actuación por Eliminatorias ante Uruguay, una de las mejores en los últimos tiempos. 

En vísperas de aquella exhibición, tras meses de trabajo silencioso del sabio anciano argentino, se especulaba en Colombia acerca de la presencia de Macnelly Torres y Edwin Valencia en la lista de los once hombres que arrancarían de partida contra la campeona de América. Ambos habían permanecido en el ostracismo durante un largo tiempo para la Selección. Se intuía un cambio. Pékerman lo había dicho. Después de dos partidos para nada vistosos del equipo tricolor en Perú y Ecuador, se esperaba el giro de tuerca. Así fue. Se produjo, y con creces. Hasta el más escéptico se quedó boquiabierto. Fue el primer gran partido en la era de José Néstor, y hasta ahora, ha sido el mejor.

A casi cuarenta grados se jugó ese día, y con un porcentaje altísimo de humedad. Los uruguayos al salir del túnel ya penaban de sofoco. Lo que vendría después sí les mató. Tras dos minutos, Colombia parecía haber viajado 20 años hacia el pasado. Era una oleada de fútbol al calor del Metropolitano. Macnelly Torres estaba sincronizado con el ambiente. Se encontró a gusto en la que había sido su casa mucho tiempo. La armonía de las piezas, la soltura, la fluidez con la que corría el cuero rememoraba a ese equipo comandado por unos rizos dorados.

Mientras la pelota se deslizaba sobre el césped entre tricolor y tricolor sin que un charrúa pudiera robarla, callado entre senda marea de fútbol permanecía Valencia, encargado del trabajo sucio en la zona ancha. Abel Aguilar se sintió cómodo con el vallecaucano y encontró libertad para sumarse a la fiesta de Mac. Edwin hacía lo necesario. Se posicionaba perfecto sobre el verde y se encargaba de devolver la pelota a los suyos para que las olas continuaran chocando contra unas rocas cada vez más frágiles con el paso del tiempo, además de realizar cualquier cobertura.

Más arriba, el crack del equipo se daba gusto. Dividía atenciones de manera brutal y se imponía en cada balón. Un Falcao pletórico. El 4-2-2-2 torre de Colombia armonizó perfecto ese día. Ni siquiera tuvo que salir la luna del banquillo para agitar la marea. Ese día Cuadrado permaneció sentado los 90 minutos. El mar Caribe, tan cercano al lugar donde se jugó, seguro escuchó los gritos del estadio, y supuso algún parecido entre los que jugaban y él mismo.

Cuatro goles después, Colombia empezó a soñar lo que hoy es real. El Mundial está muy cerca, pero dos piezas que propiciaron el espectáculo de aquel día no estarán. Tampoco estará el Tigre, y a toda Colombia le duele. Faltarán piezas con las se ha visto a la mejor Colombia. Tal vez aparezca una mejor en Brasil, tal vez algo peor. O Pékerman confía mucho en el trequartista de los dragones, o el dueño de la banda derecha viola será titularísmo. Pero esa Colombia, la de aquella soleada tarde cerca del mar, no se repetirá.

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