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La insistencia pudo con la resistencia

El Bayern Munich se quedó con la Supercopa de Europa en una definición atrapante con un tanto de Javi Martínez agónico que les permitió a los alemanes llegar a los penales. Nuevamente, el duelo entre los entrenadores fue para Pep Guardiola.




El fútbol moderno parece encaminarse hacia dos maneras de comportarse tan distantes en sus esencias como apasionantes en sus análisis. Lo que empezó con aquellos duelos entre el Barcelona de Guardiola y el Real Madrid de Mourinho como símbolos de estilos de vida opuestos, se proyectó hacia la final de la Supercopa de Europa, primer título que el Bayern Múnich de Pep alcanza tras vencer en la definición por penales nada menos que al Chelsea de Mou después de verse hasta dos veces por debajo en el marcador. Los mismos actores en diferentes escenarios produciendo idénticas emociones con respecto a sus enfrentamientos de antaño. 

Al igual que en el encuentro entre el Barça y el Atlético de Madrid por la Supercopa de España, los guiones para la final de Praga estaban repartidos. Nadie dudaba acerca del papel que interpretarían unos y otros. Y las previsiones pronto se cumplieron: los bávaros llevando el peso del trámite a base del dominio territorial mediante la posesión y los blues esperando atacar los espacios que pudieran encontrar. 

Para esta cita, Mou presentó su once tipo (a la espera de Samuel Eto´o), que llamativamente mantiene la esencia de su anterior etapa: calidad defensiva, rápidas transiciones y un valioso gen competitivo transmitido por su entrenador. En este punto vale una aclaración: el conjunto inglés no arrancó agazapado en su campo como lo hicieron Di Matteo o el propio Mourinho en sus choques contra el Barça sino que, durante el primer tramo, adelantó sus líneas buscando atorar la salida muniquesa, y casi siempre lo hizo con éxito, ya sea por aciertos propios o errores del rival, aunque la disposición acabó siendo tan relevante por lo inesperada como efímera por lo duradera.

La tendencia se extendió sólo unos minutos, casualmente lo que tardó Fernando Torres en estrenar el marcador tras una acción en la que el belga Eden Hazard, de lo mejor de la noche con espacios, apiló a dos rivales a una velocidad suprema y descargó a una banda para que el Niño, experto en anotar en finales, estableciera el tempranero 1 a 0. 


El Niño Torres volvió a pegar

A su vez, Pep apostó por una alineación dotada de frescura por encima de los nombres, dándole pista a Rafinha en el lateral y utilizando a Lahm nuevamente como interior en detrimento de Shaqiri. Aunque la novedad más destacada pasó por la posición de Kross de mediocentro ante las bajas significativas de Thiago, Schweinsteiger y la merma física del más tarde decisivo Javi Martínez, cuyas ausencias tienden a trastocar los planes.

Lejos de querer lograr una réplica del Barça ortodoxo de Xavi que disponía de una paciencia infinita para someter a sus rivales, el Bayern versión Pep lleva incorporado el ADN vertical de Heynckes que no sólo lo elevó a la cima del mundo sino que además le impide masticar el juego al ritmo que lo hacían los blaugrana en su época dorada ante rivales de nivel que se encierran atrás.

De esta reflexión, tal vez, pueda explicarse la ambigüedad que por momentos padece el Bayern, capaz de agitar la doble muralla inglesa con un vértigo incesante y, a la vez, verse vulnerable en el fondo por algunos despistes en la salida que derivan en estresantes transiciones defensivas. En este contexto, Pep no pretende eliminar la verticalidad sino sostenerla mediante una elaboración más pausada, sobre todo en las zonas de inicio, aunque en más de una ocasión la idea se vea interrumpida por una comprensible falta de fluidez. 


Los entrenadores volvieron a medirse

A pesar de ello, si hay un aspecto para destacar en el actual campeón de la Champions y ahora de la Supercopa europea es su predisposición para desplegar el cambio. El reseteo que pretende Guardiola en la mentalidad y que se traslada a ciertas facetas del juego parece ser captado en su totalidad aunque a día de hoy no logre ser interpretado a la perfección. No es casual escuchar de boca del entrenador tras la final decir que "Lahm es el jugador más inteligente que he entrenado", como símbolo del compromiso del capitán para encabezar el proceso.

El gol del primer empate, apenas comenzado el segundo tiempo, arribó gracias a ese río de energía desbordada del pasado curso: una combinación entre Kross y Ribery culminó con un disparo desde afuera del área del mejor futbolista del continente. La celebración con el técnico en la banda fue el fiel reflejo de la trascendencia que tendrá el francés bajo el mandato del catalán.

Tras la igualdad en el marcador, se vio a un Bayern coherente en sus intenciones, incluso mejorado con el aporte de Martínez que retrasó a Lahm a su puesto natural, aunque sin la clarividencia en los metros finales para derribar el muro, que aguantaba por acumulación de efectivos pero también otorgaba concesiones. De hecho, los alemanes carecieron de acierto en numerosas ocasiones con posibilidades claras de remate. En tanto, el Chelsea, mientras se preocupaba por no sufrir en su área, sorprendía en la de enfrente con dos cabezazos de Ivanovic y David Luiz abortados por Neuer, que también se ocupó de detenerle un mano a mano a Oscar tras un grosero error de Dante.

Al mismo tiempo, los de Mou, incluso antes de la justa expulsión de Ramires, fueron quedándose sin fuerzas y acabaron replegando demasiado. Olvidaron aquella presión ejercida una hora antes y regalaron balón y campo al Bayern, que aceptó con gusto. El sorprendente golazo de Hazard para el 2-1 en tiempo suplementario no hizo más que potenciar su intención de aguantar el sofocón cerca de Cech, convertido en el único sostén de su equipo debido a las facilidades que ofrecía su defensa. A esa altura, Manzdukic remataba por la vía aérea todo lo que caía cerca suyo pero las manos del portero checo demostraban sentirse en casa. 


Lukaku falló el penal decisivo

El Chelsea no excarmentó y acentuó el peligroso repliegue que había iniciado estando once contra once. Habitualmente, los planteos de Mourinho defendiendo cerca de su área ante los equipos de Guardiola suelen correr un riesgo elevado por la necesidad de un escaso margen de error. Mientras, el Bayern aumentaba la cantidad de centros laterales, un poco por conveniencia, otro poco por necesidad. Y tras el enésimo envío, el balón acabó en los pies de Javi Martínez, quien alargó la noche hasta los penales cuando el encuentro se moría emulando a Iniesta en Stamford Bridge, o sanando la vieja herida de Pep por aquel tanto anulado a Bojan frente al Inter de Mou en las semifinales de la Champions 2010 que esta vez casi valió un título.

Tras la tanda festejó Guardiola, quien volvió a imponerse sobre Mourinho en otra noche inolvidable. Un duelo de estilos que premió a la convicción, al protagonismo irrenunciable, a la insistencia tenaz. El Bayern buscó entrar golpeando todas las puertas posibles pero jamás encontró la llave adecuada. Y no le quedó otra opción que alcanzar la gloria colándose por la ventana. Algunos mencionarán a la suerte como aliada en el último suspiro y, probablemente, por tratarse de un juego, lleven algo de razón. Pero a veces, cuando las ideas permanecen en estado de adaptación, o simplemente cuando el plan del rival lo impide, surge esta fuerza indestructible que potencia todo lo demás y que pudo haber actuado en Praga como bisagra para el futuro inmediato de Pep.


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