Italia y Argentina se enfrentaron en el Olímpico de Roma, en
un partido amistoso que sirvió de homenaje al Papa Francisco. La visita se llevó el
encuentro por 2 a 1 con goles de Higuaín y Banega; descontó Insigne.
El desempeño de ambos elencos tras las ausencias de grandes
jugadores; los ojos del Papa en ese encuentro; dos selecciones imponentes. El
ambiente daba para más, pero el estadio no se colmó, ni cerca de ello estuvo. Y
después “La Nazionale” demostró el por qué de la carencia de público.
Un primer tiempo regular, jugado al timing y al estilo que
Argentina propuso. De la mano de Biglia, efectivo aunque un poco impreciso,
acompañado por Mascherano e Higuaín y unos destellos, pocos, aunque muy
fuertes, de Lamela.
Italia obligaba, pero era muy poco profundo. El
nacionalizado Osvaldo debía de luchar contra los cuatro defensores blanquicelestes que lo supieron controlar; todas las pelotas pasaban por Marco
Verratti, de lo más claro en su escuadra en la primera mitad: cambios de
frente, cortes oportunos, pelotas filtradas y, por desgracia, alguna que otra
imprecisión. Y si de fallas hablamos, Daniele De Rossi, habitual compañero de Pirlo (que
lo vio desde el banco de suplentes) en el medio, jugó de defensor central y en una
salida le regaló la pelota a Lamela, quien le devolvió un pase
perfecto a Higuaín que se sacó un hombre de encima y remató al ángulo, lejos -y
bastante- de Buffon.
Se despertó la Azzurra sobre el final con Maggio
llegando más al fondo y con Osvaldo tratando de vulnerar a Andujar, quién solo
tocó los balones para sacar de abajo. La efectividad fue muy pobre: ya que la
primera llegada de Italia fue cerca de los últimos cinco minutos antes del
ecuador del cotejo.
El segundo tiempo confirmó la superioridad del elenco de
Sabella. Tan bien lo hizo, que en el arranque y tras una contra, Ever Banega
marcó el segundo, después un hermoso pase del “Pipa” Higuaín. Mascherano se
hizo eje, las pelotas descansaban en Di María y podría decirse que Argentina
estaba bailando a Italia.
Los ingresos de Insigne y Diamanti, apoyaron mucho a los
dirigidos por Prandelli, y a eso hubo que sumarle el ingreso de Marchetti,
quién tapó dos pelotas que fueron ocasiones claras de gol - una fantástica a
Maximiliano Rodriguez-.
Las chances se desperdiciaban contra el guardameta que
reemplazó a Buffon, mientras que los locales se aproximaban lentamente al arco
de Andujar. Diamanti rompió el travesaño en un tiro libre; Lavezzi la tiró por
sobre el arco del arquero de la Lazio y la Azzurra no le encontraba
la manera de entrar a una defensa bien plantada, integrada por cuatro centrales
(dos devenidos a laterales) que estuvieron firmes tanto con los pies como con
sus cabezas.
Se terminaba el partido y Biglia quiso salir jugando,
la perdió y le cayó a Osvaldo quien la derivó a Lorenzo Insigne,
quién miró, apuntó y la puso bárbara por encima del arquero argentino, Mariano Andújar, acariciando al ángulo. Una pintura marcaba un dos a uno que era más justo por
la segunda mitad que por la primera.
Italia se aproximó despacio, sin ser tan profundo. Ahora más
que nada lo hacía de la mano de Diamanti, apoyado por Insigne, con un Verratti
que no funcionó en la segunda parte. Lavezzi y Ricky Álvarez llevaron a su
escuadra cerca del arco local, pero ya sin la necesidad imperiosa de marcar
otro gol.
Un partido jugado según el planteo de Sabella, con un
equipo rival que no propuso mucho. Se sumaron ausencias en ambos lados (Messi,
Agüero, Gago, Romero, Zabaleta, Rojo; Balotelli, Pirlo) que ayudaron a que el
encuentro no se jugase a lo que se esperaba.
Ante los ojos del Papa (vía TV), los dirigidos por Prandelli jugaron mal,
tuvieron poca profundidad y dependieron de lujos y destellos individuales para
aproximarse al arco (sumados al regalo del mediocampista argentino). Argentina
se lleva una mejor imagen, y más tranquilidad. También contó con sus lujos y
sus habilidades, pero fue capaz de desplegar un juego más colectivo. Eso si,
tendrá que ser más efectivo en los últimos metros.
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