La vuelta del Virrey ha dejado un saldo negativo hasta el momento. Rompiendo con los prejuicios, un simpatizante xeneize expone las falencias del entrenador y sentencia el final del halo místico del técnico más ganador en la historia de Boca.
La historia moderna de Boca Juniors tiene un referente principal: Carlos Bianchi. Su figura cobró una trascendencia inusitada, muy difícil de encontrar en el mundo del fútbol. Luego, ese rol específico anuló, al menos en el ideario de los hinchas xeneizes, toda forma de aproximación lógica al momento de evaluar el paso del director técnico más ganador de la institución. Pero los sucesos recientes imponen una nueva realidad.
Ahora bien, no se puede soslayar que la lógica y el fútbol
no tienen una relación necesaria. Sin embargo, para un hincha de Boca nacido a
finales de la década del ’80 no hay objetividad mayor que cantidad de laureles
obtenidos por Bianchi. Gracias a la conducción de Bianchi, aquel hincha celebró
una sucesión cuantiosa de títulos, locales e internacionales. Durante el primer
paso de Bianchi, además, se forjó la última generación ídolos de Boca: Juan
Román Riquelme, Guillermo Barros Schelotto y Martín Palermo, entre otros.
Después, en la segunda etapa, bastante cercana por cierto, se consagraría
Carlos Tévez. Así, Bianchi y los logros deportivos catapultaron al club a un
nuevo escenario plagado de éxitos, demasiados para lo que una institución
argentina puede ofrecer. Hinchas de Boca, jóvenes y adultos, adoptaron una nueva
concepción competitiva, proporcional a lo que el presente y su inmediato pasado
les indicaban.
Pero Bianchi es mucho más que títulos para un hincha de
Boca. El palmarés de este DT es un componente determinante de su importancia,
al cual debe ser sumado la mistificación de su figura. Bianchi potenció a un
club y a jugadores por encima de lo que razonablemente se podía esperar.
Claramente era plausible suponer que algunos jugadores iban a alcanzar picos de
rendimiento significativos. No obstante, con Bianchi al frente de Boca, daba la
sensación que todos los jugadores –buenos, malos, juveniles, irregulares, etc.-
jugaban al máximo de sus capacidades personales. Luego, eso repercutía
positivamente en el juego colectivo.
Por si fuera poco, Bianchi lideró una serie casi
interminable de partidos clave, que algún hincha no dudaría en calificarlos
como épicos. Y probablemente lo hayan sido. Más allá de los adjetivos empleados
para esos casos, lo concreto fue que bajo su comando sobrellevó duras batallas
deportivas. En algunos casos con un juego sólido y efectivo, pocas veces
vistoso, y, en otros, con curiosas causalidades que muchas veces se las
interpretó como suerte. Y no faltaron quienes las imputaron a una supuesta
gracia divina de la que sería acreedor Bianchi. Así fue que surgió “el celular
de Dios”.
Un equipo imbatible |
Con Bianchi los hinchas de Boca aprendieron a ganar. A ganar
muchos títulos, copas importantes, partidos imposibles. Y aquí se debe resaltar
el plural. Si el fútbol se resiste a los exámenes cautelosos, ¿qué lugar para
ellos puede quedar cuando la cantidad de triunfos y sus peculiares modos no
hacen más que acumularse?
El DT más exitoso de Boca se fue y volvió del club. Su
primer regreso lo mostró intacto y con crédito. Manejó un plantel distinto al
de la primera etapa, ya sin varios de sus protagonistas. Igualmente, Boca
conquistó otra vez la triple corona en 2003: Copa Libertadores, Copa
Intercontinental y Torneo Apertura. En julio de 2004, dejaría otra vez su
cargo, esta vez tras la derrota en la final de la Copa Libertadores, en lo que
fue su primera eliminación en cuatro ediciones del certamen americano.
La tercera etapa en Boca lo tuvo en un puesto enigmático
para el fútbol argentino como es el de manager. Nunca se supo bien qué potestades
tenía y tampoco él hizo mucho por delinear su papel. A pesar de ello, el hincha
de Boca podía, a esta altura, darse el gusto de seguir adelante sin su
participación. El aporte de Bianchi ya estaba asentado: Boca seguía siendo un
club ganador, más allá de algunos altibajos deportivos y errores dirigenciales.
Así, el cúmulo de títulos de Bianchi recibió los producidos bajo la dirección
de Basile, Russo e Ischia. Además en esas etapas el hincha vio,
respectivamente, una de las versiones más ambiciosas de Boca, al mejor Riquelme
y a un enorme equipo que llegó hasta semifinales de la Copa Libertadores 2008.
Aquel tercer paso de Bianchi en Boca coincidió con el inicio
de años complicados, tanto en lo deportivo como en lo institucional. El ex DT
se fue, pero conservó su impronta y su imagen, que se acrecentarían nuevamente
tras varios fracasos. Y aquí vuelve el hincha joven de Boca, aquel que creció y
conoció la victoria con Bianchi. Para él fue inverosímil tener que atravesar
años de penurias deportivas. Sencillamente porque las había olvidado y no las
quería recordar. La Comisión Directiva ,
ya asustada por el frágil presente, fue a buscar un antídoto y trajo a Julio
César Falcioni. Por un momento, funcionó. Pero el hincha de Boca en algún
momento dejó de tolerar que su equipo tan solo pelee todos los torneos. Ahora
exigía, además, que el equipo juegue bien y los gane. Así fue que se dio el
lujo de impedir la renovación de Falcioni en pleno partido.
La salida de Falcioni con el pedido por Román |
En aquel contexto, la Comisión Directiva
entendió que había que escuchar al hincha, quien supuestamente pedía sumar
mayor calidad futbolística al desarrollo competitivo y se resolvió abrir la
puerta la cuarta etapa de Bianchi en Boca.
El presente ciclo revitalizó los deseos de los xeneizes. La
ecuación se asomaba perfecta: el DT más ganador, Riquelme y un plantel
completo. Pero poco a poco todo comenzó a fallar. Quizás no sea posible
endilgarle toda la responsabilidad a Bianchi. Tampoco se pretende hacerlo. Tan
solo se busca demostrar que hay razones suficientes para cuestionar severamente
las decisiones del entrenador, otrora infalible.
En primer lugar, en lo que refiere al armado del plantel,
Bianchi no interpretó correctamente las necesidades del equipo. La principal
demanda que se le hacía a Boca en 2012 reposaba en el escaso juego ofensivo.
Para paliarlo, el DT pidió a Juan Manuel Martínez y los dirigentes le
respondieron, pese al elevadísimo costo de su pase. Sin embargo, los otros dos
refuerzos fueron jugadores defensivos, el “Chiqui Pérez” y Ribair Rodríguez. De
esta manera, se prescindió de añadir herramientas aptas para la gestación de
juego. Juan Sánchez Miño recién reapareció –y en bajo en nivel- en abril;
Leandro Paredes fue rápidamente olvidado por el DT por su desempeño irregular;
Guillermo Pol Fernández y Nicolás Colazo no se pudieron asentar. Y hasta ahí
llegan las variantes ofensivas del mediocampo, o por lo menos aquellas que
pueden sugerir pisar el área rival, desbordar, romper líneas y habilitar
compañeros. Todo el resto de los mediocampistas tiene mayor vocación defensiva,
entre ellos los últimos titulares: Christian Erbes, Leandro Somoza y Walter
Erviti.
En segundo lugar, Bianchi no supo potenciar al equipo en el
aspecto táctico. Se dice que intentó adelantar la defensa y así provocar
presión sobre los rivales. La presión pocas veces se vio en los últimos meses,
y la defensa solo se mostró más desordenada. Boca recibió varios goles de
pelota parada, muchos por simples desbordes y otros tantos por penales. De
hecho en el torneo local tiene una de las vallas más vencidas. Paradójicamente,
Agustín Orion, el arquero que jugó la mayoría de los partidos, está en uno de
los mejores momentos de su carrera.
En la construcción del juego ofensivo, se puede afirmar que
el aporte del DT ha sido nulo. Boca atacó mal en los últimos meses. A su vez,
tuvo reiterados desajustes tácticos entre líneas. Y jamás, en más de
veinticinco partidos, pudo imponerse, con claridad, en cantidad y calidad de
aproximaciones de goles a un rival. Los ataques y los goles de Boca en 2013 han
sido esporádicos y frutos de la casualidad y calidad individual de sus
jugadores. Por ejemplo, el tanto marcado frente a River Plate, en la que fue la
única jugada colectiva de peligro en el partido. En la Copa Libertadores, ganó
partidos con goles de pelota parada (Barcelona de Ecuador y Nacional de
Montevideo) o extraños (el balón pifiado por Erbes y conectado por Blandi).
La gestión de recursos dispuesta por Bianchi ha sido
entonces manifiestamente negativa. Podría compensarse en el número de lesiones
sufridas. Sin embargo, los resultados son pésimos hasta el momento. Así también
la calidad del juego. Por ende, los cambios obligados no pueden constituir
excusa cabal para uno de los peores semestres boquenses habidos y por haber. Y
lo más grave es que el DT nunca asumió sus errores. Se limitó a declarar que
los rivales –en referencia a Corinthians y Newell’s- no fueron superiores. Pero
se olvidó de explicar qué hizo Boca por no ser inferior. En el caso de estos
últimos enfrentamientos por Copa Libertadores, el equipo tuvo aceptables
partidos jugando como local pero sin un juego sostenido. El equipo brasileño
tuvo un tiro en el palo y, el argentino manejó la pelota a discreción en el
segundo tiempo. Como visitante, Boca dejó entrever lo peor. La propuesta fue paupérrima:
salió a esperar y especular. En la vuelta de octavos de final fue salvado por
un referato polémico y un golazo de Riquelme. En el segundo partido de cuartos
de final, prefirió no presionar al conjunto leproso como en el primer encuentro
(probablemente el mayor acierto de Bianchi desde que volvió), le regaló la
pelota y aguardó el final. Boca, el gran campeón de la última década de
América, no puede ceder gratuita y neciamente un partido, tal como hizo en la
final de la edición 2012 del máximo torneo continental, también contra
Corinthians. Boca, el gran campeón de la última década de Argentina, no puede
rifar el torneo local y sufrir goleadas todos los domingos.
Bianchi quiere imponer su efectividad y su discurso. Por el
momento, apenas logra lo segundo, y lo hace respecto de un cada vez más
reducido grupo de hinchas que usa el pasado para ignorar el presente. Otro
grupo, también tímido, sigue enceguido por los años dorados. Aún piensan que se
pueden proyectar automáticamente al futuro.
De todos modos, ya no hay unanimidad respecto a la figura
del DT. Las últimas decisiones definitivamente lo han mostrado perfectible. Se
humanizó. Ya no es lo que era, ya no es referente directo del triunfo. Ahora es
un simple director técnico que será juzgado a la luz de los resultados que
obtenga. Bianchi ha muerto. Ojalá resucite.
Escrito por Leandro Ferreyra para Cultura Redonda
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