Sensaciones
al ir a ver a quien supo ser en algún momento el mejor del mundo. Ronaldinho, a
años luz de su mejor versión, aún guarda destellos de calidad. Un viaje a la
memoria emotiva de este redactor.
Es ir a verlo a él, y no mucho más. El partido puede ser bueno, malo, regular, pésimo. Qué importa. Toda la logística que implica irte antes del laburo, hacer cálculos, guardarte una guita para la entrada está destinada a ir a observar en cancha a quien en algún momento, en la era Pre-Messi fue el mejor jugador del Mundo: Ronaldinho.
En el Roca,
yendo a Lanús, las imágenes no paran de sucederse. Golazos con el Barcelona,
antes en el PSG y mucho más temprano en el Gremio, cuando se hizo con el apodo
de Gaucho, propio de aquellos jugadores nacidos en Río Grande Do Sul. Cómo
olvidarnos de esa gambeta en velocidad indescifrable, de ese que se robó los aplausos en el Bernabéu siendo jugador blaugrana.
De ese que se avivó que enfrente tenía a Seaman y que en el Mundial 2002 selló
el pase a semis con una avivada, clave para la obtención posterior del certamen
por parte de Brasil.
Sin
embargo, las dudas también aparecen, obvio. Porque la verdad, lo último que vimos por la tele no es
demasiado auspicioso. Partidos olvidables, goles únicamente de penal, y la
ausencia de compromiso con el juego, casi. Pero, en una jugada puede aparecer,
como había hecho ante el Real Potosí, con caño y definición incluida.
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Estampa de crack |
Finalizado
el ritual de la bondiola, entramos a un estadio que sabe que vive un momento
especial, más allá del debut en la edición 2012 de la Libertadores, nada de
Santander, eh. Antes del comienzo del partido, Dinho realiza también su propia ceremonia. Uno por uno saluda a sus
compañeros, les reza algo en el oído y les da un fuerte abrazo. Su aura parece
envolver a un Mengao que viene a los tumbos tras la salida de Vanderlei
Luxemburgo.
Sin
embargo, Lanús arranca con todo y el 10 es una sombra. Fiolo, durante los primeros 20 minutos parece apático, incómodo por la
marca granate, y sin demasiadas intenciones de rebelarse ante eso. El
colectivo tampoco lo ayuda, y la primera media hora parecía corroborar esos
malos presagios que inundaron la psiquis una vez que acabado el viaje en tren.
Y mientras
se escucha un “la concha de tu madre, Ronaldinho”, aparece en la memoria la
convocatoria reciente de Mano Menezes. ¿A esté lo llamó? ¿En serio? ¿Kaká puede
estar afuera? Y de a poco, muy de a poco, el Gaucho empieza a jugar. Deja su
sello dejando pasar entre sus piernas un cambio de frente para que la recoja el
lateral izquierdo.
Parece
encenderse el motor y el equipo reverdece. Sobre el final, el excelente Moura
pone la injusta ventaja para el delirio de los cariocas presentes en La Fortaleza.
Así como lo
insultaron algunos, hay que mencionar, que cada envío desde la esquina fue
acompañado por una multitud de flashes que aparecían como látigos desde el
respectivo córner. Hubo un momento en
que se rompió la superioridad de los defensores en el mano a mano. Fue la
primera vez que encaró Ronaldinho, destilando jirones de su magia. A partir de
allí, ningún defensor más salió a anticiparlo. Fue como esos leones que parecen
dormidos y con un par de gritos ponen las cosas en su lugar.
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R10, el dueño de cada pelota parada |
Parábola de su carrera del 2006 a esta parte, la mejor
versión de R10 se vio a medida que avanzaba la noche. Sin dejar la punta izquierda,
desde allí se hizo comandante de los ataques del Fla. Sus cambios de frente,
deliciosos. Sus habilitaciones al lateral de ese sector, precisas.
En el
medio, el local empató. Y allí sí Dinho definitivamente se puso el equipo al
hombro. Protestón ante cada yerro propio y de sus compañeros, casi lleva a su
equipo a la victoria. Tal vez hubiera sido injusto, pero si no se dio, fue
porque la que quedó picando de frente a Marchesín estuvo en los pies de un argentino,
Darío Bottinelli, que optó por la potencia antes de la sapiencia.
Pitazo
final y empate. No hubo goles del 10, ni pases gol. Sí un puñado de acciones
que son la prueba arqueológica de que
allí, sobre el verde césped, hay alguien que no tan lejos en el tiempo, supo
ser, por un largo margen, el mejor del mundo. Hoy nos quedó esta versión, tómela
o déjela. Por retazos, el Gaucho
sambador saca un poquito de esa magia que tiene guardada en el bolsillo y riega
la cancha de talento.
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