El fútbol argentino tiene enquistada a la violencia y no hay soluciones a la vista. Al menos, ninguna que vaya a realizarse. Connivencias varias, intereses cruzados y en el medio la pasión por los colores de un club. Un problema con muchas aristas.
Los hechos se
repiten semana a semana en alguna categoría del fútbol argentino. En las
últimas semanas dos personas
murieron en balaceras antes de dos partidos diferentes. A su vez, hubo por
lo menos otros cinco episodios violentos en el lapso de estos quince días.
Las noticias
hablaron de las muertes de Adrián
Velázquez, barrabrava de Tigre, y de Julio
Biscay, barra de Gimnasia. En el segundo hecho, también resultó herido de
un balazo un chico de apenas 11 años.
Fue antes del encuentro entre el Lobo platense y Nueva Chicago, por la Primera
B Nacional (Segunda División). El partido no pudo concluir porque minutos antes
del final la parcialidad visitante se trenzó en una disputa con la Policía
bonaerense.
Fueron estos
hechos, podríamos relatar otros. El pasado miércoles barras de Huracán y
Deportivo Morón (Segunda y Tercera División) se cruzaron en una ruta a tiros antes de sus juegos por Copa
Argentina en la Provincia de San Juan. A su vez, en un juego de la Primera D
(Quinta División, amateur) terminó con el
arquero suplente de Muñiz apuñalado por violentos de Leandro N. Alem, el
club local.
Sería más
agradable tener que hablar de Lanús, del mal momento de Boca, del Vélez de
Gareca. En otras palabras, de fútbol. Sin embargo, las crónicas policiales
parecen ser cada vez más preponderantes y hacia allá vamos. A intentar explicar
o trazar algunas líneas que ayuden a entender el fenómeno de la violencia en el fútbol argentino.
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Fue Gimnasia-Chicago, podría haber sido otro partido |
Visto desde la distancia, quizás puedan llamar la atención la concatenación de episodios y la cercanía entre uno y otro. Desde Argentina, no tanto. La violencia en el fútbol está naturalizada e institucionalizada. Naturalizada porque ya no conmueve, no llama la atención, el medio se acostumbró a esto. Nos acostumbramos. Institucionalizada porque forma parte del sistema. En sus propias estructuras el fútbol argentino tiene el germen de la violencia. Incluso, ya salió del medio y se extendió a otros sectores de la sociedad.
Empecemos por la
barrabrava. No hay club en el fútbol
argentino que no tenga una barra. Es así, en cualquier categoría, desde la
Primera A hasta la D, la más baja. Si bien muertes en torno al fútbol se registran desde la década del 20,
las barrasbravas como tales aparecen a comienzos de los 70 y se instituyen de
manera decidida durante la etapa de la dictadura militar. En un comienzo
apañadas o incluso potenciadas desde los propios clubes, aparecieron con la
idea de darle mayor presencia a los conjuntos cuando viajaran a jugar de
visitante a los juegos lejos de la capital.
La violencia
tardó muy poco en aparecer aunque en un comienzo se limitara a disputas con golpes
de puño por los “trapos”, las
banderas de las hinchadas, que en la mitología de la popular quedaron como botines
de guerra. Esa fue la génesis; hoy, 30 años después la situación poco
tiene que ver con esa vieja barra.
Montados sobre
una liturgia de amor a los colores, de aguantar
estoicamente en todos lados (muchas veces poniendo literalmente el cuerpo),
de sentir más los colores que jugadores que cambian de camiseta como de
automóvil, las barras (que se autodenominan La
hinchada) han montado espectaculares
aparatos. Aparatos de poder, que recaudan grandes sumas económicas, figuras
centrales del fútbol argentino. A punto tal que a más de uno se le han pedido
autógrafos.
Ahora bien, si
bien la sucesión puertas adentro de una barra siempre fue complicada, en la
última década estas disputas comenzaron a reiterarse cada vez más. Boca, Ríver,
San Lorenzo, Racing, Estudiantes, Newell´s, Chacarita y Gimnasia y Tigre, por
citar solo algunos casos, han tenido fuertes choques por el control del centro de la tribuna y los beneficios
que esto reditúa.
¿Qué se disputan? El manejo de una barra puede implicar muchas cosas,
dependiendo qué barra sea. La que cuenta con más integrantes es la de Boca, que
entre sus diversas líneas y facciones puede superar las mil personas. Rafael Di Zeo, ex líder de “La 12”, le
comentó al periodista Gustavo Grabia que él no tenía poder, sino que “tenía los teléfonos del poder”.
Literalmente. Además de entradas gratis, el coste de los micros o pasajes
aéreos, existen otros negocios alternativos.
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Mauro Martín, hoy preso en la causa que tiene implicado a Migliore |
Está probado que
el líder de la barra de Tigre, por citar un caso, tenía la concesión del bar del club. Muchos puestos de comida rápida
cerca de los estadios son de la barra o bien deben pagar un tributo a estos. Lo mismo pasa con los estacionamientos. Incluso, muchas
barras funcionan como “seguridad” en recitales cuando los estadios de los
clubes tienen esa función. Escalofriante
pero real.
Muchas veces,
por desconocimiento, se ha trazado la comparación con el caso de la violencia
en el fútbol inglés y como aquel medio desplazó a los hooligans. Más allá de la
violencia como ritual, como modo de ser de ese grupo, hay una diferencia fundamental
entre los barras y los hooligans: los
segundos no tenían lazos con el poder político. No eran funcionales. No tenían los teléfonos del poder.
Si bien el
problema principal, o el más visible, o el que se cobra más vidas tiene que ver
con las barrabravas, creer que comienza y se acaba en ellos es erróneo. No sólo
se han registrado hechos violentos de este sector; en los palcos de Boca (los
más caros del fútbol local) ha habido incidentes diversos. Pero un caso más
preocupante es el de aquellos hinchas que no sacan rédito económico alguno de
ir a la cancha, pero que tienen cierta admiración por la barra, sus códigos y
sus formas. Hasta le copian la
vestimenta y el folklore.
Es el momento de
hablar de la cultura del aguante;
nacida en las canchas argentinas pero que se ha trasladado a otros campos. El
sociólogo Pablo Alabarces señala el comienzo de la década del 80 en un
incidente entre la barra de Boca y Quilmes como el puntapié inicial donde se
registra el concepto de “aguante”.
Otro sociólogo,
José Garriga Zucal da una definición de lo que es el aguante: “remite a una acción de lucha corporal, es
un combate cuerpo a cuerpo con un igual, donde el verdadero hombre debe poseer una postura y acción corporal que lo
identifiquen como buen luchador, mientras que el perdedor corre por el campo de
batalla huyendo del enfrentamiento a golpes de puño. El puto, aquel que no cumple con las condiciones sociales que permiten
ser considerado un verdadero hombre
ante el macho se ve obligado a correr”. De esto se ha hecho una cultura. De aguantar,
de poner el cuerpo. Hasta hubo un programa de televisión llamado “El Aguante”. Incluso, existen casos de
hinchas que son más hinchas de su hinchada que de su equipo de fútbol. No se
vanaglorian de títulos o jugadores, sino de convocatoria y nivel de aguante.
Esa idea de
aguante, que en el sentido más práctico es llevado a cabo por las barras y los
hinchas militantes, se extendió a otros deportes (de a poco se metió en el
básquet y ha habido choques de barras en peleas de box). Pero también se extendió a la política. Es
cierto que la tradición de la cultura política popular en argentina tuvo un
cierto tipo de aguante durante décadas de censuras,
persecución y proscripciones. Ahora bien, en el sentido de la barra, es más
propio de las últimas décadas. De ahí que los cantos en actos políticos combinen
músicas y letras. También influye que muchos que se suben aun paraavalancha un
fin de semana, luego son punteros políticos (de diverso tipo y color) o tienen
su lugar en sindicatos.
Se han intentado
tomar medidas. Maquillaje puro.
Desde mediados del 2007 en el mundo del ascenso de AFA se prohibió la
participación del público visitante. Siguió habiendo violencia. Interna, contra
los jugadores, contra el árbitro o contras dirigentes del equipo rival. En ese
tiempo (desde el 2011, por el descenso de River se permitió que vayan hinchas
visitantes en la B Nacional) ninguna medida de fondo se llevó adelante para que
vuelvan los visitantes ni para reducir la violencia.
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Tras Chicago-Tigre se suspendieron los visitantes en el Ascenso |
Volvamos al
ejemplo inglés. Más allá de la situación de los hooligans, el Informe Taylor (un mojón que marcó un
antes y un después en Gran Bretaña) apuntó no solo a estos a la hora de atacar
el problema. También señaló las condiciones
estructurales de los estadios y del fenómeno futbolístico. A que el (buen)
espectador sea tratado como tal, con condiciones
de seguridad e higiene apropiadas y que al mal espectador selo aparte y se
lo castigue. Las condiciones en las canchas argentinas lejos están de eso; al
contrario son otro generador de
violencia.
Otro punto del
Informe Taylor hablaba de capacitar
fuerzas especiales de seguridad (los Steward) con mecanismos e
instrucciones apropiadas para espectáculos deportivos. Este punto es muy sensible.
Es que el rol de la Policía en este esquema argentino es más que cuestionable.
Muchas veces actúa con los mismos
códigos de la barra y se trenza en una disputa similar. El historial de las
fuerzas de seguridad es deplorable y el papel que ocupara durante el terrorismo de estado aún pervive en la
memoria colectiva. No se identifica al uniformado necesariamente, más bien todo
lo contrario, como un agente positivo.
El caso
santafesino es el caso testigo. La policía provincial tiene antecedentes
nefastos y prácticas represivas reiteradas tanto a nivel social como en
espectáculos deportivos. El fin de semana pasado, el encuentro entre Newell´s y Belgrano jugado en Rosario
mostró la brutalidad de los uniformados, pegando a diestra y siniestra, sin
distinguir, incluso a los futbolistas cordobeses. No es la primera vez y dudo que sea la última.
Por si fuera
poco, al componente de la Policía incapaz, hay que sumarle otro factor más: el
del narcotráfico. Las relaciones
entre el ex jefe de la Policía de la Provincia de Santa Fe y el narcotráfico están probadas, como así también el rol
que cumplen los jefes de las barras de Newell´s y de Central en el control
territorial sobre el reparto de la droga en Rosario. Era esta figura la
encargada de poner coto a los barras. Rosario
es la ciudad con la tasa de homicidios más alta del país. Las emboscadas a
los visitantes en esa provincia son moneda corriente.
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HUA y su relación con el kirchnerismo |
Por supuesto,
los líderes políticos de Santa Fe no son los únicos a los que les caben
responsabilidades. Fue desde el gobierno
nacional que se impulsó la agrupación Hinchadas
Unidas Argentinas; un sindicato de barras que les posibilitó ir al Mundial
de Sudáfrica (donde saldaron cuentas internas con una muerte, incluso). La
propia presidenta Cristina Fernández de
Kirchner, en uno de sus discursos menos felices, saludó a aquellos que
están en los paraavalanchas y cantan todo el partido.
Hinchadas Unidas
Argentinas luego tuvo el auspicio en el 2011 de Francisco de Narváez –opositor- durante la Copa América. Mauricio Macri –otro líder de la
oposición y ex presidente de Boca- no hizo nada por terminar con la barra. Por
el contrario, durante su mandato fue creciendo la figura de Rafael Di Zeo. Más allá de HUA, las barras argentinas van a los mundiales.
En el 82 lo hicieron bajo el régimen militar, en el 86 lo hicieron con un
gobierno radical. Es mitológico el cruce con los hooligans y cómo las barras de
Boca y Chacarita les dieron una paliza a
sus inexpertos colegas ingleses cuatro años después de la Guerra de Malvinas. Diferentes
décadas, diferentes actores políticos. Ningún
partido masivo puede jactarse de no tenerse o haber tenido en sus filas
relación con barras.
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HUA y su relación con De Narváez |
Hablamos de las
internas, hablamos del caso rosarino y el narcotráfico. Hoy por hoy, la causa
principal de la disputa de la barra de Chacarita es saber quién controla el negocio dela droga en el partido de San Martín en
la Provincia de Buenos Aires. Esta arista crece y parece la más peligrosa. Al
combo de marginalidad, violencia y droga (que no es explicativa per se del fenómeno de la
violencia) hay que sumarle el control
del narcotráfico local.
El fútbol
argentino parece estar esperando su
desastre de Hillsborough. Más que preguntarnos porqué existe violencia,
como dice Alabarces, deberíamos preguntarnos porqué no hay más. Si todo está dado para eso. La escalada de
violencia parece prenunciar la muerte de
un futbolista en cualquier momento. Ya que la de hinchas o barras no llama
la atención, sólo un hecho así parece ser el límite. En 2005 un futbolista de
San Martín de Mendoza fue baleado por un policía en el campo. No pudo volver a
los campos. No murió de milagro.
El primer paso debe ser el político, una decisión en
serio, acompañada por el mundo del
fútbol, ese que suele mirar para el costado, con la excepción de Cantero (quien ya puso freno a sus ínfulas iniciales). Pero esta necesidad de violencia, esta cultura del aguante que se reproduce en tantos niveles genera
que en el mundo del “todo pasa” de Julio Grondona,cualquier lucha que se realice sea
similar a pelear contra molinos de
viento.
Publicado originalmente en Magazine Perarnau
Publicado originalmente en Magazine Perarnau
LA VERDAD QUE ARGENTINA DA ASCO ,SON MEDIO RETRASADOS
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